Pedro y yo nos conocimos en septiembre de 2016, durante nuestra maestría en Hamburgo, Alemania. Él, portugués. Yo, panameña. Siempre me pareció guapo, pero también increíblemente serio. Su expresión era difícil de leer, lo que me intimidaba un poco. Compartíamos varias clases, pero nunca cruzamos más de un “hola”.

Todo cambió en octubre de 2017, cuando el destino decidió intervenir de la forma más inesperada. En una de nuestras materias, el profesor formó grupos de trabajo para un proyecto final. Ironías de la vida, las únicas dos personas que faltaron ese día fuimos Pedro y yo. Sin opción, el profesor nos asignó juntos. Cuando leí el correo informándome de esto, solté un suspiro de resignación. Recuerdo contarle a mi mamá que me parecía un fastidio trabajar con alguien que sentía tan distante.

Con pocas ganas, le escribí para coordinar. Quedamos en encontrarnos en la cafetería de la universidad antes de empezar. Esperaba una reunión incómoda, llena de silencios largos y respuestas cortas. Pero para mi sorpresa, desde el primer momento la conversación fluyó con una facilidad inesperada. Hablamos de Panamá y Portugal, de sus similitudes, de lo mucho que extrañábamos nuestras comidas, nuestras costumbres. Descubrimos cuánto compartían nuestras culturas y cuánto nos entendíamos sin haberlo imaginado antes.

Aquel almuerzo rompió el hielo. En diciembre, Pedro me invitó a un musical con sus amigos. Me esperó en la estación de tren para caminar juntos al recinto. Era de noche, y el frío alemán nos envolvía mientras hablábamos de todo y de nada. Íbamos lado a lado, entre risas y conversaciones sobre la vida. De repente, sentí algo que jamás había experimentado: una certeza absoluta, una sensación cálida y reconfortante, como si estuviera exactamente donde debía estar. Como si estar junto a él fuera estar en casa.

Lo curioso es que Pedro sintió lo mismo, pero ninguno de los dos dijo nada. Pasaron los meses hasta que en febrero de 2018 finalmente nos atrevimos a reconocerlo.

Lo demás es historia. Nos casamos en Portugal en el 2022 y hoy tenemos una hija de año y medio.

Todo esto, porque un día de 2017 no fui a clase.