La literatura de Leonardo Padura (La Habana, 70 años) tiene una intención constante: su carácter generacional.
En Como polvo en el viento habla de la diáspora de los que dejan Cuba cansados de las penurias y La novela de mi vida orbita ent
re los exiliados que regresan a la patria a punta de añoranza.
Ahora su obra más reciente, Morir en la arena, es una historia del inicio del fin de la época laboral de los que tienen una edad parecida a la del autor y que por diversas circunstancias se quedaron en la isla.
Morir en la arena sugiere un desenlace trágico predestinado como consecuencia del proceder de sus seres de ficción. Su título está inspirado en un viejo refrán que dice: tanto nadar para morir en la orilla. Y esto representa a un grupo de hombres y mujeres que andan en la deriva entre sus anhelos de juventud y sus frustraciones de adultos mayores.
Leonardo Padura estuvo en Panamá presentando Morir en la arena en una iniciativa de la librería El Hombre de la Mancha.
Un ejercicio redentor
Esta novela habla de una generación que se jubila con pocas posibilidades de bienestar.
Sí, es sobre qué recibes tú de la sociedad después de haberle aportado tanto. Llega el momento de la jubilación y los personajes se dan cuenta de que son, según la retórica oficial cubana, unos vulnerables, en esencia son pobres. Y la novela hace ese recorrido de sus orígenes, desde que están en los estudios primarios y pasan por toda una serie de episodios importantes de la historia de Cuba de estos últimos 50 años. Entonces pasan de los 60 años, han nadado tanto en sus trabajos, pisan la orilla, dan el primer paso, se hunden en la arena y ahí está su final.
Y la palabra destino aparece varias veces en este libro. ¿Cómo podemos hablar de destino cuando las condiciones sociales determinan nuestro porvenir?
El destino de estos personajes está muy marcado por la sociedad. En Latinoamérica el peso de la política ha sido fundamental. Las decisiones políticas han estado presentes en todas las maneras entre estos personajes. Incluso aquí se habla de predestinaciones y esto tiene que ver con las actitudes personales más íntimas, más cercanas a la posibilidad de decisión de los individuos. Siempre nos queda ese pequeño espacio y es el que explota la novela en el sentido más dramático. Están los grandes acontecimientos que están determinados por el peso social y por la política y están los elementos del comportamiento individual de cada uno.

Foto: EFE
La relación de Rodolfo y Nora, dos de los protagonistas, está marcada por sus propias limitaciones afectivas. Se aman desde muchachos, pero ya cuando están en el otoño de sus vidas es cuando se vuelven a unir. ¿Este amor es un balance a tanta desesperanza?
La novela trabaja con un carácter filosófico y existencial muy importante, que son la redención y el perdón. Aquí, si se perdona o no, es un tema que se discute constantemente en la novela. La posibilidad de perdón se complementa con la posibilidad de redimirse. La redención, en un sentido etimológico estricto, significa la recuperación o la compra de una libertad perdida. Y estos personajes están intentando recuperar esa libertad perdida a través del perdón y en un ejercicio redentor. Hay personajes que logran esa redención, hay otros que no. En el caso de Nora y Rodolfo, el hecho de que lleguen a tener un elemento que les permite tener un final de vida con algún aliento, en compañía, con una satisfacción personal, es algo que los redime como personajes.
La novela gira sobre un parricidio. ¿Qué responsabilidad tiene la sociedad en la gestación de una tragedia, más allá de los responsables directos?
Somos seres sociales y las maneras en que nos comportemos responden a condiciones históricas, económicas y políticas que emanan de ese contexto social. En este caso, pienso que tiene mucho que ver la relación entre los personajes. La individualidad de los personajes decide mucho más que las condiciones sociales. Porque si bien la sociedad los lleva a una determinada vida, hay un espacio que ellos practican de manera personal e individual. Entonces se combinan las dos responsabilidades: la personal con la social.
El parricidio está basado en un hecho real y ocurrió en una familia cercana a la tuya.
Conocí al parricida, conocí al padre asesinado, conocí al hermano, a toda la familia. Y utilicé este episodio tan dramático porque la historia que estaba escribiendo no se condensaba. Yo quería escribir del final de una generación, pero aquello no avanzaba, no cogía un ritmo dramático importante. Y fue un motor que le introduje a la historia. Lo que hice fue que lo transfiguré por completo. Solamente las personas que conocieron muy de cerca este episodio lo podrán identificar, son elementos que están ahí porque no podía quitarlos, pero en esencia los personajes son diferentes, ocurre en un momento diferente, de una forma diferente, aunque muchas causas y consecuencias sean iguales a las que motivaron y provocó el hecho real.


