Desde hace años escribo reflexiones que La Prensa publica en su página de Opinión, y si existe un hilo conductor que une la mayoría de mis aportes para ese espacio, gira en torno a las condiciones que parecen condenarnos a la creciente desigualdad en Panamá: la falta de valores en nuestra sociedad y la corrupción consecuente. Por ello no es de extrañar que mi primera novela trate precisamente sobre la gran brecha social que existe en el país.
Tilde no encaja –que se presenta en la Feria Internacional del Libro– es una “radiografía”, como la describió la editora y escritora Mónica Miguel Franco. La novela muestra de frente nuestras realidades sin filtro ni anestesia, pero no pretende ofrecer soluciones. Por eso, cuando la terminan, muchos lectores se quedan con ganas de más. Sin embargo, no sería justo continuar la historia de la vida de la protagonista.

Tilde (que no es una figura ortográfica, sino un personaje complejo que nos llevará de la mano a través de su adolescencia y adultez) seguirá su camino a su manera, consciente de que jamás encajará, y decidida a no intentarlo. Mientras tanto, a sus lectores se les invita a observar el entorno con nuevos ojos, a buscar bajo la alfombra y detectar la vieja pestilencia a la que nuestro olfato ya se ha acostumbrado. En palabras de Rogelio Bethancourt, personaje de la novela: “uno elige entre encajar o hacer la diferencia.”
La publicación de Tilde no encaja marca el fin de un proceso creativo que inició hace casi diez años. Sin un concepto claro de la dirección que tomaría el relato, y con una pluma de tintero sobre un cuaderno de rayas desde el balcón de nuestro apartamento en Ciudad de México, escribí el primer capítulo, que describe los sentimientos de una madre cuando se dirige al encuentro de su hija, que estuvo secuestrada durante los últimos siete años.
En medio de unas vacaciones familiares se me ocurrió la idea para otro libro en torno a una religión nacida en las provincias centrales e inspirada en un mesías criollo. Suspendí el relato de Tilde para dar luz a esta idea que amenazaba con desvanecerse si no le daba forma de inmediato. Lo titulé El Despertar. Pero luego de participar en un taller creativo decidí descuartizar ese segundo proyecto e incorporarlo en Tilde no encaja.
Luego, cuando el mundo se detuvo en 2020 y en Panamá nos obligaron a vivir intramuros, Tilde sonrió desde una gaveta donde me esperaba, llena de expectativas para saber hacia dónde iría ella en el relato que habíamos iniciado juntas cinco años antes. El 12 de junio de 2020, exactamente a las 12:12 del mediodía, completé la novela. Para ese entonces, había dejado atrás el cuaderno de rayas y el tintero por el tecleado directo en una computadora portátil.

La autora Yolani Rognoni Arias.
Tilde no encaja fue evaluada y comentada por críticos, escritores y editores dentro y fuera de Panamá. A menudo la he imaginado como una jovencita que entra a un concurso de belleza. Tilde debió someterse a una dieta estricta y rebajar más de 150 páginas; le modificaron el nombre y le agregaron destellos autóctonos para exportarla al mundo. Sin embargo, incluso después de tanto retoque, la miss no encajó en las normas y convenciones de varias docenas de editoriales. Eso fue hasta que El Hombre de La Mancha le abrió las puertas con un proyecto de autogestión.
A quien se aventure a conocer a Tilde, le aseguro que su lectura le cautivará. Por un lado, me disculpo porque garantizo que no querrá soltarla hasta llegar a su fin. Y me disculpo también porque se quedará con ganas de más. Ya he dicho que la novela no ofrece soluciones. Su propósito más bien es dejarle en el aire, mirando en derredor, ahora sí, con nuevos ojos: el Panamá al que estamos acostumbrados no será igual. Pero descuide, porque eso está bien. Como dice la propia Tilde: “Algunos nacimos encajando, pero la vida nos desencajó y elegimos hacer la diferencia”.
* La autora es escritora.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

