Las personas insisten en hacer todo tipo de dietas, a pesar de que repetidamente no consiguen los resultados deseados. La mayoría de nosotros tenemos un conocimiento aprendido de qué deberíamos comer y qué no. Sin embargo, hay una desconexión entre lo que uno sabe y lo que uno hace. Podemos tener los hechos, pero las acciones involucran las emociones.
Con esto no quiero decir que las emociones dictan totalmente nuestros actos, pero si ignoramos lo que nos ocurre y no lo resolvemos, esa emoción probablemente termine dominando nuestras acciones. No es casualidad que aquellos a quienes les cuesta lograr conexión emocional tiendan a tener relaciones problemáticas con la alimentación o desarrollan alguna adicción, desde el uso desproporcionado del teléfono móvil, redes sociales, hasta sexo y drogas. También puede ser que sus emociones terminen expresándose a través de explosiones de irritabilidad o cualquier otro modo poco sano. Es decir, lo que no gestionamos de manera sana siempre sale de algún modo descontrolado. En este caso, quiero hablar de la relación entre las emociones y la manera en que comemos.
La realidad es que, si uno aprende a cubrir sus necesidades, jamás tendrá que comer en exceso con una sensación de que la comida lo controla. Puede ser que a veces conscientemente haga elecciones de que va a comer más de lo que necesita porque le provoca y no va a escuchar al propio cuerpo, pero en este caso lo decidió antes de empezar a comer. La comida no ejerció control sobre uno ni antes de empezar a comer ni durante el acto de comer, ya que hay quienes empiezan a comer por hambre física, pero a medida que siguen comiendo, tienen la sensación de no poder parar. Generalmente esto sucede cuando el hambre física se convierte en hambre emocional.

El sentir que se está comiendo sin control o que no tiene hambre pero tiene la necesidad de comer como respuesta a una emoción, se denomina comer emocional o hambre emocional. No necesariamente tiene que padecer un trastorno alimenticio para ser un comedor emocional. Sin embargo, cuando depende de la comida para acoplarse a sentimientos difíciles, se interfiere con la propia habilidad de utilizar métodos más sanos para adaptarse a lo que uno le ocurre. Puede ser que ni siquiera se dé cuenta de la relación que existe entre el deseo de comer sin hambre física y las emociones porque no siempre es automático. Es decir, ocurre una situación y enseguida va a comer. Puede ser algo que haya sucedido hace días, pero que emocionalmente sigue incomodando. En ocasiones uno está tan desconectado que no se da cuenta ni qué es lo que le está quitando la tranquilidad.
Cada vez que uno come en respuesta a un desencadenante o a alguna incomodidad emocional, la mente empieza a asociar el estímulo de la sensación incómoda con la respuesta de comer, ya que la comida temporalmente elevará la dopamina, hormona del placer. De esta manera, la intranquilidad desaparecerá por un tiempo. Si no realiza otras actividades ante los desencadenantes emocionales y la respuesta es siempre comer, la mente automáticamente buscará comida ante cualquier estímulo incómodo. Sin embargo, si comienza a entender la relación que existe entre las situaciones estresantes y la actividad de comer, puede romper con la respuesta de comer porque podrá desarrollar otras maneras de gestionar lo que está ocurriendo. Está comprobado que ante el impulso de comer, si pasa 10 minutos haciendo otra actividad, generalmente este disminuye.
Es decir, cuando sucede el deseo de comer sin hambre física, uno tiene tres opciones. Una es comer, la otra es redirigir su atención y la tercera es cubrir su necesidad. Lo ideal es que pueda redirigir su atención (hacer otra actividad) y cubrir su necesidad. Hay quienes necesitan redirigir su atención, momento en el cual el deseo de comer disminuirá, para luego, cuando estén más tranquilos, cubrir su necesidad.

¿Qué es cubrir la necesidad? Es entender qué me pasa, por qué y qué necesito. Si se logra hacer esto, la mente podrá asociar intranquilidad con otras respuestas de alivio más sanas que no serán comer.
Cuando uno decide empezar una dieta, no toma en cuenta estos factores. Comienza la dieta motivado, pero de repente ocurre alguna situación que le quita la sensación de tranquilidad y empieza a comer sin hambre, sin siquiera darse cuenta por qué. Es en este momento cuando surge la desmotivación y los pensamientos autoderrotadores: “nunca voy a poder lograrlo”, “siempre me la daño”, “no tengo fuerza de voluntad”, etc. Es por esta razón que no soy partidaria de las dietas, ya que no toman en cuenta que la energía mental, física y emocional será distinta todos los días y que las circunstancias serán cambiantes.
Las dietas le dicen a uno que hay alguien más experto en su cuerpo que uno y que el nivel de hambre debe ser todos los días el mismo (lo cual no es cierto; la energía consumida no es siempre igual). Probablemente un día va a necesitar ingerir más energía y otro menos. Si tiende a mentalizarse a que tiene que comer estrictamente tanta cantidad de porción y de tal alimentos, o por ejemplo que en la cena solo puede comer proteínas, y de repente ese día no es lo que le provoca, y no lo cumple, entonces pensará “me la dañé” y así “ya que la rompí, puedo seguir dañándomela”, tendiendo a pensar “bueno, comienzo de nuevo mañana o lunes”. Y con ese mañana y ese lunes se fue todo el año.
Además de esto, las dietas aumentan el deseo por las comidas “prohibidas” y lo ponen en starvation mode. Nuestros antepasados vivían en la selva y pasaban mucho tiempo sin poder comer, pero cuando encontraban animales tenían que comer todo porque sabían que venía un largo periodo de hambruna. Así funciona la mente hoy día: si uno le dice que está restringida, tenderá a descontrolarse cuando vea mucha comida, y con ello viene la sensación “como si la comida se fuese a acabar” o “como si mañana uno no podrá comer más de tal comida” y por eso se debe aprovechar para el descontrol hoy.
Por estas razones es importante ser flexible y aprender a escuchar su cuerpo. Si se come un dulce, pues no pasa nada; lo importante es buscar balance, variedad y moderación.

¿Por qué las dietas te engordan?
El cuerpo es inteligente; siempre pedirá balance. Lo que pasa es que uno no confía en su cuerpo porque piensa que si le da “permiso” para comer lo que quiera se va a descontrolar. La realidad es que es todo lo contrario; cuando las reglas desaparecen, uno escucha más lo que el cuerpo pide porque los antojos desaparecen.De repente un día necesite algo más pesado y después algo liviano; otro día tal vez quiera algo fresco y liviano. Es importante entender cómo funciona el cuerpo: ¿cómo se siente el cuerpo cuando está saciado?, ¿cómo se siente cuando está lleno?, ¿por qué se siente mejor cuando para de comer cuando está saciado y no cuando está lleno?, ¿cuál es la diferencia entre saciado y lleno?
Es esencial comprender los niveles de hambre y saciedad en nuestro cuerpo para poder salir a comer o ir a eventos donde se va a estar frente a mucha comida, sin sentir que está ante una amenaza porque empieza a asociar comer con buscar saciedad y no con descontrol.
Por último, al escucharse a sí mismo uno entiende por qué en distintas ocasiones desea comer cuando no tiene hambre y así puede saber realmente lo que necesita. Por el contrario, en una dieta se sigue un plan, y el reto diario se convierte en “tener fuerza de voluntad”. En esa “meta” se ignoran las necesidades propias hasta que llega el momento en que uno se agota, no tiene más fuerza de voluntad y se come todo lo que encuentra a su alcance, consumiendo así mucha más energía de lo que hubiese comido si tan solo estuviese practicando escuchar al propio cuerpo.


