Fue una semana complicada, pero lo logré. Sobreviví a cinco días solo con bebé. La buena noticia es que él también sobrevivió a mí. Y al final de todo, creo que ahora nos entendemos muchísimo mejor.

La historia comenzó un fin de semana, cuando mi novia tuvo que viajar a una presentación artística. Ese mismo día, porque el destino así lo quiso, yo tenía una presentación musical en Boquete, así que también me tuve que ir. Bebito se quedó en casa esa noche solo, le había dejado un arroz y unas tajadas por freír, así que de hambre no se iba a morir. Mentira, se quedó una de mis tías cuidándolo. Fue una noche difícil, pensar en bebito sin mamá ni papá por primera vez en sus 10 meses de vida. Pero todo fue a pedir de boca.

“Ese niño no deja hacer nada”, fue lo primero que me dijo mi tía cuando volví al día siguiente. Después me explicó que se despertó un par de veces en la madrugada, pero nada del otro mundo. Su llanto se apagaba apenas sentía el biberón cerca.

Y entonces me tocaba a mí. Mi tía, aunque nunca se había quedado con él, fue enfermera en neonatología durante muchos años, así que cuidar niños no es que fuera algo ajeno a ella. En la tarde, fuimos al parque. Estuvimos por un buen rato allí. Después, supermercado. Al llegar a casa, jugamos un montón. La estrategia, que la repliqué durante todos los días que estuvimos solos, era cansarlo. Y funcionó. Después de todo eso, un baño con agua tibia y a la camita. Descubrí, por fin, que para poder dormir, Coné se embute unas 12 onzas de leche.

Me preparé con varios biberones listos. Hablé con una experta sobre leche materna que me dijo que si el cuarto tenía aire, la leche podía estar afuera sin problemas unas tres, cuatro horas. Así que preparé dos biberones, y a las tres de la mañana, otros dos. Y así llegamos hasta la mañana.

Todo fue mucho más fácil de lo que pensé que sería. Imaginé llantos descontrolados, mamitis aguda, sufrimiento máximo, desesperación, angustia. Pero no hubo nada que un biberón cargado no pudiese controlar. Los días, eso sí, fueron desgastantes. Entre la lavada de biberones, esterilización, su desayuno, el mío, su almuerzo, el mío, sus dormidas, mi cena, el trabajo, fueron jornadas larguísimas y extenuantes. Usualmente terminaba de trabajar a eso de la 1:30 a.m., pero 10 minutos después de acostarme, bebito se levantaba.

Lo único que me tuvo con la cabeza hecha un nudo fue que no hizo popó. Lo peor es que no es algo raro, sino que el niño nos salió estítico. Hubo un tiempo en que iba al baño dos veces al día, pero le cambiamos la leche de fórmula -que toma muy poco- y listo, se fregó todo. Volvimos a la anterior, pero ya el daño estaba hecho. Lo llevamos a un gastroenterólogo pediatra -que me atendió a mí de niño- y le reformó su dieta. Cero carbohidratos, más fruta, más agua y una medicina. Me tocó a mí aplicarle la nueva dieta. La criatura comió papaya hasta tres veces al día, y después igual, también le daba puré de ciruela pasa. Tomó mucha, muchísima agua, cero carbohidratos, muchos vegetales, y nada. Ni siquiera con la medicina. No entendemos el por qué del asunto.

El tema es que cuando volvió la mamá, el niño la miró con una cara de incredulidad, como si no creyera que ella realmente había vuelto. Le sonrió con alegría y de una vez le fue buscando el pecho. A lo tuyo, capullo.