Sé que estamos en ese punto de diciembre en el que por todos lados se lee lo mismo: listas de las mejores canciones, listas de las mejores películas, listas de los mejores “esto” y “aquello” del 2025. Yo me aparezco con otra lista: no de “lo mejor”, sino de lo más repetido. Las palabras que se nos pegaron como escarcha y qué lío sacárnoslas de encima.

Al momento de escribir esto, FundéuRAE todavía no ha emitido su veredicto de la palabra del año en español. En inglés, en cambio, los diccionarios ya hicieron su recuento y, sinceramente, el resumen del 2025 suena a mal de amores con lo digital.

Oxford eligió rage bait: ese contenido que no quiere informarte, sino picarte para que comentes con rabia y el algoritmo viralice y haga caja. Chin chin. Chen chen.

Cambridge eligió parasocial, para nombrar ese vínculo íntimo con gente (o inteligencias) que no te conoce… pero te acompaña más que tu vecina. Profundo, profundo. Y Dictionary.com hizo un guiño a la generación alfa al escoger 67 (sixty seven). Un número que se convirtió en santo y seña de los adolescentes y sus redes sociales.

En mi casa, mi hija me hizo caer en cuenta de otra capa: el famoso brain rot. Eso incluye esas criaturas que nacen de la inteligencia artificial y se vuelven inexplicablemente populares. La Ballerina Cappuccina y el tiburón con pies humanos son ejemplos. Yo congenié más con Rumi, la heroína k-pop caza demonios, y con el capibara, el animalito más popular del año (al menos en mi algoritmo).

Las tendencias que llegan disfrazadas de “estilo de vida” también catapultaron expresiones: el clean look, el old money, la “mujer de alto valor” y la tradwife. Nombres distintos, misma consigna: ordena, pule y baja el volumen… y si eres mujer, más.

Y cuando creías que ya el mundo estaba suficientemente neutro y beige, zaz: Pantone anunció como color del año Cloud Dancer. Ajá: blanco. Lo escogieron, dicen, por representar calma y respiro entre tanto ruido y scroll. Aunque también parece otra envoltura para sugerir cómo debe verse la vida “correcta”: elegante, decente, combinable.

En Panamá, en cambio, las palabras del año fueron más terrenales. Reformas, con apellido obligatorio (de la Caja), porque la conversación se volvió técnica y emocional a la vez: números, jubilación, futuro, miedo, rabia, resignación, todo revuelto. Y qué me dicen de reapertura (de la mina, claro), una palabra que volvió como esas canciones que uno jura que ya no va a escuchar y de pronto suenan otra vez.

Y si hablamos de canciones: a mitad de año todo era Premios de la Juventud, ese evento del que se habló tanto que todavía queda la pregunta práctica, y la más panameña de todas, de cuánto costó el show y cómo se pagó la fiesta.

También hubo palabras que nos dieron alegría (y roja, de emoción) como clasificación. Y apuesto desde ya que Mundial será palabra grande en 2026.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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