Desde hace semanas, los ecos de la banda del IPA, que ensaya, llegan hasta mi casa. Me gusta. Sé que en algún punto de noviembre estaré hasta las cachas de repiques de tambores, pero por ahora lo disfruto.

Disfruto ver los desfiles. Ya sea muy recostada en el sofá de mi casa con el control de la tele en la mano, o en vida real como dicen algunos pelaos.

Me gusta la belleza de los recién estrenados uniformes de las bandas. Cuánto sacrificio paterno, cuántas visitas de última hora a la sedería y cuántas correderas con la modista tuvieron que pasar para que estuvieran listos. Si esos pliegues perfectamente planchados hablaran, ¿qué cuentos nos tendrían?

Y qué puedo decir de las botas nuevecitas de las batuteras. Lindas ¿no? Aunque ni bien ha terminado el desfile cuando las niñas ya se mueren por quitárselas con una mueca de angustia por las ampollas rojitas ¡auch! en el dedo gordito.

Me gusta ver a los papás empapaditos de sudor, pero orgullosos por acompañar al hijo. “Ese es mi muchacho”.

Me encanta que el desfile panameño sea con un sol que pica y de repente un palo de agua, truenos, rayos y cuidado hasta granizo.

Me gusta ver a las maestras de tradición, esas de las escuelas del interior, desfilar planchaditas, con sombrero, corsage, zapatos de tacón y medias a 30 grados sobre el alfalto… ¡eso es patriotismo! Llevan la frente perlada, pero no se les descompone ni un pelito la dignidad.

Me gusta ver a orilla de la ruta del desfile las ventas de carne en palito, de chorizos humeantes, las carretilla de raspao y las neveras de foam de los señores que gritan a todo pulmón ¡soa soa soa! (sí, la d quedó derretida bajo el sol).

Me gusta ver las niñas chiquitas con su pollerita, la que su mamá les puso. También me pusieron alguna vez una pollerita que me quedaba grande porque era prestada. Y me colocaron una flor de papo en la cabeza, que se derritió ni bien comenzaron a sonar los tambores, pero qué bonita estaba yo en la foto.

Y aunque ustedes no lo crean, me gusta ver la transmisión de los desfiles donde el narrador o narradora trata de explicarnos todo lo que ya estamos viendo por televisión: que si los chicos llevan banderas de diferentes países, que si van de blanco, que si tocan la lira, que si están tocando la Marcha Panamá.

Tengo amigos que ponen mala cara al pensar en los desfiles, que no le ven significado ni valor. Piensan que es una gastadera de plata en sederías, en botas, en camisas, en bla bla bla… y que así no se hace patria.

Por una parte, yo tampoco creo necesario que una familia tenga que ir a la casa de empeño para que su hijo desfile. En mi escuela desfilaban todos con su uniforme, y si acaso la banda llevaba algo especial. Los desfiles patrios son un tributo de los estudiantes al país. Todo aquel que alguna vez desfiló así lo sintió.

Díganme si no es un máximo honor que por tus buenas notas te permitan marchar entre el cuadro de honor, o mejor aún, que portes con orgullo el estandarte de tu escuela. Aunque amanezcas mancado, qué caramba. Vale la pena.