Una amiga que parece de cuarenta, pero ya va para los sesenta años, está cansada de que las personas le digan, en tono de halago: “fulana, tú estás entera para tu edad”. Pero aún más le cansa el tener que fingir una sonrisa ante ese seudo cumplido.

Qué por qué sonríe, no finjan no saberlo: de lo contrario, le dirán ingrata por no saber aceptar un piropo. O amargada, y en eso sí, pensarán, se le notará la edad.

Bastante se ha mordido la lengua para no contestar: “Y qué esperabas? ¿Qué estuviera partida por la mitad? ¿Acaso las mujeres, después de cierta edad, tienen que desmoronarse en migajas como una rosquita de La Arena de Chitré para parecer de los años que se indican en su cédula de identidad?

“Oye, pero tú no te pones vieja”, “los años no pasan por ti”, “¿qué te haces”, “qué te pones”, “qué comes”, son supuestos piropos que, insisto, no lo son.

Tampoco lo es decir: “Estás igualita”, aunque no se han visto desde el kínder. O comentar: “Qué bien te conservas”. “En formol, por supuesto”, habría que responder a manera de agradecimiento.

La culpa no es de los colegas del primer trabajo, compañeritas de la escuela primaria, caballeros del quinceaños en 1995, que creen estar dando lo mejor de su repertorio de elogios y florituras, así como daban sus pasos en aquella coreografía, sino de una sociedad que pone por delante y glorifica la juventud. Oye, y ahora que lo pienso: nadie le dice a un hombre: “fulano, estás entero para tu edad” ¿O sí?

Pero cuidado, cuidadito, porque esa misma sociedad que halaga el aparentar juventud (así como quien no quiere la cosa) no le temblará la mano para condenar a quien se esfuerza en ello: “Se cree una chiquillona”, “está llena de botox”, “no se da cuenta de que ya no está para esas cosas”. Y aquí también toman los hombres: “se cree un chiquillón con ese pantalón de viejo verde”.

No se puede complacer nunca a este sistema que nos quiere flacas, pero sin tratamientos para adelgazar. Bonitas, pero sin maquillaje —belleza natural por favor—. Jóvenes de 50 años, pero sin una pizca de ácido hialurónico.

Y qué decir cuando reencontramos a una conocida luego de muchos años: pues que nos da gusto verla, más allá de si nos parece que tiene el retrato de Dorian Grey guardado en su casa.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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