¿Han oído hablar de la mujer invisible? No es un personaje de película ni tampoco es un símbolo en defensa de la mujer. La mujer invisible de la que hablo pasa a nuestro lado, es nuestra vecina, nos mira al espejo.

De ella supe por el libro Una Gloriosa Libertad, sobre historias de mujeres de más de 40. Una de ellas contó que a partir de cierta edad sintió que el mundo dejó de verla. Ya no atraía la mirada ni el constante asedio masculino. Ni siquiera lograba la atención del bartender al que desesperadamente le intentaba pedir un trago en la barra.

Al leer esto pensé: a esta mujer hay que darle la bienvenida al club. No son pocas las que por mucho tiempo, sin importar su edad, se han sentido invisibles en esos y otros contextos.

Después supe de otro caso de la mujer invisible muy cercano. Una colega me comentó que tenía mucho éxito en sus entrevistas de trabajo. El reclutador o reclutadora, fascinada, alargaba la reunión entre preguntas y anécdotas hasta que verificaba la edad, casi 50, de la interlocutora. Allí la sonrisa del reclutador bajaba de temperatura y pocos segundos después la reunión concluía con: ‘Muchas gracias, nos encantaste y te llamaremos’.

En ciertas posiciones de trabajo hombres y mujeres, después de cierta edad, se hacen transparentes. Un hombre me dijo que solo pudo conseguir trabajo al dejar de poner su edad en su biografía laboral.

Pero más allá de la edad, el reconocimiento es necesario en toda etapa de la vida.

Mi hija de ocho años me reclama: “¿mamá, no me estás poniendo atención?” Me lo acaba de preguntar mientras escribo esta columna. He tenido que decirle que ahora mismo no puedo.

Para mi hija, como para todo humano, ser vista es importante.

Perdí la cuenta de las veces que he escuchado a personas quejarse porque no se sienten reconocidos en su trabajo o en su relación de pareja. Bien pudieran teñirse el cabello de rosa chicle que la otra parte ni se daría cuenta. Los padres que deciden la carrera de sus hijos y cómo deben vivir, sin tomarlos en cuenta, también los invisibilizan.

En el consultorio del doctor los ancianos enfermos son casi transparentes. El familiar hace las preguntas y responde por el paciente. El doctor sigue la corriente y nunca le habla al paciente sino al familiar. De esa manera se borra, queriéndolo o no el derecho de una persona a decidir por su vida. La excusa puede ser ahorrar tiempo o facilitar las cosas para el paciente.

La mujer invisible existe. También las personas y sus deseos que a veces tratamos de no ver. Allí están.

Pero hay algo más grave, si se puede decir: invisibilizarse a sí misma para que otros puedan hacerse notar. Cuidado con eso.