Hace unas noches me topé en la radio con un programa que enviaba saludos a los maestros en zonas remotas del país. No he podido dar más con él, así que ahora no sé cómo se llama ni qué emisora lo pasa; si saben, escríbanme.

Entre música de salsa y una que otra balada de Chayanne tipo Tu pirata soy yo, los radioescuchas llamaban para decir: “Saludos a María hasta Garachiné, de su esposo que la quiere mucho”.

Otro: “Saludos a Maritza hasta Agua Buena. No se preocupe, el niño está mejor”.

“Saludos a Laura hasta Playón Chico. Ya conseguimos el remedio para la abuela. Estamos todos bien”.

Perdonen que no sean los nombres ni lugares exactos. Pero es que me transporté al mundo de esas personas. Podía imaginar a esa maestra, con su radiecito, ya sin los chiquillos traviesos a su alrededor, atenta esperando noticias de su gente. Podía imaginar al esposo al que la distancia lo había hecho más amoroso, confiando en que su esposa lo escuchara.

Pues sí, en tiempos de internet y redes sociales la radio alivia el corazón de una mamá que es docente en una zona apartada. Imaginen eso: irte de tu casa a un lugar con poca comunicación y tener que dejar a un hijo medio enfermo. Bueno, eso hace una maestra.

Las noticias recientes que recuerdo de maestros tienen que ver con huelgas y trifulcas. Pero de esas maestras que viajan a caballo y que se les alegra el corazón porque saben que su familia está bien por radio, de esas no he sabido mucho.

Me transporté en el tiempo pensando en mis profesoras. Ellas no eran de áreas apartadas, pero igual hacían un gran trabajo.

Graciela fue mi maestra de kínder, primero y segundo grado. Me enseñó a hacer bolitas y palitos. A pintar sin salirme de la línea. A sumar, restar y multiplicar. Seguro fue la primera maestra que me hizo creer que yo era una buena alumna. Nadie ha logrado que crea lo contrario.

Mirtha Rodríguez fue mi maestra de sexto grado en la Sara Sotillo. Anduvo para arriba y para abajo conmigo entrenándome para competir en concursos de oratoria y poesía. Cuánta fe me tenía. Eso es un regalo grande para la autoestima de un niño.

Me acuerdo de la profesora Marianella Hassán, que en el IJA del Casino, primer año, inventaba estas excursiones que hoy digo fueron maravillosas, pero que a esa edad me daban una pereza horrible: ¡Levantarme a las 3:00 de la mañana para ir al sitio arqueológico de Coclé! La profesora también nos llevó a Colón y a Sarigua.

La profesora María Goti, de español, narraba cuentos de Edgar Allan Poe que nos llenaban de curiosidad y de miedo.

Hermelinda Cosme, de geografía, era una admiradora de Alexander von Humboldt, el padre de la geografía. Y hablaba con pasión sobre la misión geodésica. Cuando veía a alguien demasiado interesado en el dinero exclamaba: “mente fenicia”. Yo a veces lo digo.

Nosotros teníamos sobrenombres para casi todos los profesores. Como no, si creíamos que las sabíamos todas y ellos no sabían nada. Solo el tiempo permite admirar la dedicación que nos entregaron. 

Este lunes 1 de diciembre, vaya un abrazo para los maestros.