No me he escapado de leer con fascinación esas categorías que se han convertido en parte del lenguaje empresarial: Recuerdo cuando empecé a oír eso de “generación boomer” o “generación X”. Allí bien podía verme: nací sin internet, aprendí a escribir en máquina de escribir, pasé por clases de mecanografía y, apenas entré a trabajar, tuve que adaptarme a las computadoras.
Pero llevo rato pensando que esas “diferencias generacionales” tiene más de cuento que de ciencia. Meter algo tan complejo como las personas en cajones, solo por el año en que nacieron, me parece una manera simplista —y muy útil para el marketing— de explicar el mundo.
Nos dicen que las generaciones son así y asá. Que los alfa priorizan su independencia, cuidan su salud mental y aman pagar seis dólares por un café. Si es por eso, en 1998 yo ya trabajaba con un alfa.Y cuando leo que los boomers hacen chistes de grupos minoritarios, podría decir que conozco a un boomer de 22 años.Tan simplista como suena este ejemplo, así de simplistas suenan muchas de esas generalizaciones.
En 2021, el sociólogo Philip Cohen, de la Universidad de Maryland, escribió una carta abierta al Pew Research Center, pidiéndoles que dejaran de usar etiquetas “arbitrarias y contraproducentes” como generación Z o baby boomer, porque “no estaban respaldadas por evidencia científica”.
Leí esta historia hace poco en El País, en un artículo titulado ¿Pero acaso existen los zetas y los boomers? El error de encasillar a las generaciones.Allí se recuerda algo interesante: la generación X no se llama así por la antepenúltima letra del alfabeto, sino por el libro Generación X (1991), de Douglas Coupland, que describía a ese grupo —al que pertenezco— como una incógnita. De ahí la X.
En el mismo artículo se cita que en 2023 el propio Pew Resecar dio por terminada la discusión. Su presidente, Michael Dimock, publicó las “cinco cosas a tener en mente cuando se escuche hablar de generación Z, mileniales, boomers y otras generaciones”.Entre ellas:
“Las categorías generacionales no están científicamente definidas”.
“Inducen a estereotipos y a la hipersimplificación”.
“Las discusiones generacionales suelen resaltar las diferencias y no las similitudes”.
“Las visiones convencionales pueden crear sesgos de clase”.
Y la más sensata de todas: “Las personas cambian con el tiempo”.
Algunos intentan definir las generaciones por décadas, otros por periodos de treinta años, y otros creen que solo deberían marcarse cuando ocurren hechos históricos realmente transformadores, como el fin de la Segunda Guerra Mundial para los boomers. Es cierto que ser nativo digital o haber vivido la pandemia marca diferencias. Pero más allá de eso, no hay una base científica que justifique encasillar a la gente.
Estas divisiones sirven más para hacer chistes y videítos virales en redes que para comprender lo que realmente ocurre cuando cuatro generaciones coinciden en una misma oficina.
Los matices importan.Y si algo necesitamos hoy es entender esos matices, no borrarlos con etiquetas. Porque al final, hablar de generaciones como si fueran moldes rígidos termina por acartonar la experiencia humana y distraernos de los verdaderos problemas: la precariedad laboral, la incertidumbre, la crisis climática o la falta de esperanza que sienten muchos jóvenes ante el panorama político y económico que les toca vivir.
Las etiquetas nos alejan. No nos explican.
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