Jamás he escuchado un elogio para un padre que empiece de la siguiente manera: “Mi madre era genial porque se aseguró de que yo fuera el primer niño de la calle en tener un Nintendo”. O “Mi padre era lo máximo porque me dejó hacer lo que quería”.
Estamos en una época dificilísima para criar. Los padres de antes podían mantener a sus hijos medio que aislados en una burbuja para que no supieran demasiado antes de tiempo, aunque siempre había un amiguito sapo que nos revelaba, a su manera, los misterios de la vida, como que los niños no venían de París. Ahora con internet algunos niños saben más que los adultos. Y ¿a qué negarlo? temíamos a nuestros padres, de lo contrario aparecía Martín Moreno, el que saca lo malo y mete lo bueno: la correa, pues.
Afortunadamente cayó la popularidad del señor Moreno, del señor garrotillo y de la varita de ají. Y está bien perderle el miedo a los padres, lo que nunca se debe perderles es el respeto. Pero el respeto se enseña.
Ahora los padres negocian con sus hijos. Les dejan escoger el cereal en el supermercado; el pantaloncito en la sección de ropa de niños y hasta les preguntan si ya no quieren ir a clases de ballet. Y no es que esté mal. Pero hace 30 años papá y mamá decidían y sanseacabó. Y si te metían a una clase de jugar jacks ibas hasta el final o ya ibas a ver.
Ahora -díganme si me equivoco- muchos padres enseñan a sus niños a decidir pero no les muestran cómo asumir responsabilidades por lo decidido.
Súmenle a eso la bendita expresión: “Quiero que mis hijos tengan lo que yo no tuve”.
¡Vaya, Cuán horrorosas infancias debieron tener! Entiendo que los padres quieran más para sus hijos. Que aprendan inglés, que no caminen tres horas para ir a la escuela o que cuenten con un padre cariñoso si eso les faltó.
Pero muchas veces darle a los hijos lo que yo no tuve se usa para excusar la compra de un teléfono celular de 400 dólares a un adolescente o de hacerle todo al niño, no importa que ya tenga 16 o 17 años y hace rato debería estar colaborando con la casa.
Y como los humanos somos así, no es que estos muchachos estén agradecidos y ansiosos por complacer a sus padres.
Las personas más responsables que conozco desde jóvenes aprendieron a cuidarse y a cuidar a otros. Ya sea porque tenían que poner el arroz mientras mamá trabajaba. Cuidaban a su hermanos o hacían mandados. Entendían que mamá y papá trabajaban duro para darles lo mejor. Así esos niños obtuvieron herramientas para enfrentar dificultades porque no siempre estarían los salvadores padres.
Mis padres me dieron lo que ellos no tuvieron: oportunidad de seguir estudiando. También me dijeron un día: ‘hija, ya usted está grande, agarre su bus, vaya y averigüe cómo sacar la cédula, pedir una cita en el centro de salud, matricularse en la universidad y buscar empleo. Pregunte y defiéndase’.

