Tac tac tac. Así suena la perilla para cambiar el televisor en mi casa. Disculpen. Olvidaba decir que estamos en 1986. He subido al DeLorean y he echado para atrás 30 años.
En mi barrio fuimos de los últimos en tener televisor en colores. Mi mamá, más que mi papá, era inamovible en su norma de que en su casa antes que nada había que comprar la comida, pagar la escuela, la cuenta del agua y la del IRHE (la luz). En ese orden.
Que los vecinos tuvieran componente, Atari, Betamax y Sony Trinitrón y nosotros no, nunca le quitó el sueño. Según ella había mucha gente cenando arroz con huevo para pagar un televisor en colores. ¡Sinvergüenzura!
Comíamos carne, pero veíamos a Los Pitufos grises.
Tac, tac, tac. Ese ruido del botón de mi televisor en 1986 es un problema. Quiero quedarme viendo tele después de las 10:00 p.m., pero mi mamá no me deja. Así que con la luz apagada me escabullo de la cama, voy a la sala y la prendo, pero hace semejante ruido ese botón ¡tac! que mi mamá a 3 kilómetros se despierta: “¡Apaga eso y anda a dormir!”.
Una amiga me cuenta que en su casa había una TV en la sala y otra en el cuarto de sus padres. Su mamá se llevaba la perilla de su cuarto para la oficina. Claro, siempre entraba el hijo MacGyver en acción y con unas pinzas, problema resuelto. Había que apagarla temprano porque cuando la señora de la casa llegaba lo primero que hacía era entrar al cuarto y tocar el aparato para sentir si estaba caliente.
Miren todo lo que uno hacía por ver tele. Y eso que en aquella época solo había unos pocos canales: 2, 4, 5, 11 y 13, que estaba empezando. También estaba el 8, en inglés, de los zonians, pero no había manera de colocar el gancho de ropa para que saliera algo más que estática: chisss. ¿Acaso no sabían que el gancho de ropa, de metal, era antes una antena saca de apuros?
Cuando por fin compramos nuestro televisor en color ¡tarannn! fue uno de 21 pulgadas. Regio. Tenía su cola enorme, como todos los equipos de tubo. La cola del de 32 pulgadas, el televisor más grande que había, era enorme.
Ahora dices que tienes un televisor de 21 pulgadas de tubo y mínimo te compadecen, máximo te tachan de pasado de moda. Vea pues. ¿Si el televisor está bueno, para qué cambiarlo?
En las últimas navidades el sueño de muchas casas es de una tele de 42 pulgadas, más plana que el estómago de Kate Upton en la portada de Sports Illustrated. Puedo escuchar a mi mamá reprobando eso y diciendo algo como: “en lo que tienen que estar no están”.
Más que calidad y durabilidad, las marcas ofrecen ahora innovación. Así que los televisores tienen cada vez más definición, más conexiones a internet, más botones en el control remoto. Dentro de poco habrá uno que permita ver lo que hay dentro del refrigerador. Digo yo.
“Adiós mundo cruel”, ha tenido que decir el televisor de cola. No sin antes advertir: “Recuerden que yo duraba entre 10 y 15 años, a ver si de esos flacuchentos podrán decir lo mismo”.

