Estoy aquí frente a un tinaco a punto de arrojar un folleto de recetas de 2001 que nunca he usado, y para qué llamarme a engaños, no usaré. Es un compendio de recetas centroamericanas. Mi mano tiembla. Quiero, pero no quiero botarlo. Sé que tan pronto lo arroje a la basura alguien me llamará para preguntarme si por casualidad no tengo una receta de pupusas. O aparecerá la dueña. Para acabar de rematar el recetario es prestado. Si me acordara de quién es se lo devolvería.
Siempre lo he dicho: las cosas tienen voluntad. Cuando no las necesitas ni las buscas aparecen a cada rato hasta estorbarte. Pero el día en que por fin precisas de ellas, te juegan la pacheca.Tengo dos años de tener guardado un arete en mi alhajero. Uno, porque el otro se perdió. Cada vez que meto la mano en el alhajero allí esta el arete solitario mirándome, echándome la culpa: Cómo fui tan descuidada de botar a su compañero. Lo guardo porque me encanta y sé que tan pronto lo bote, el otro aparecerá. ¿Cómo lo sé? Ya me ha pasado.
Voy a contarles un secreto: Hace unos meses se me perdió una valiosísima memoria USB de esas para guardar archivos en la computadora. Pero no se me perdió la tapita. Cada vez que abría el cajón de mi escritorio allí estaba la tapa de la memoria, y yo al verla me lamentaba “Dónde estará esa memoria”, “Memoria, aparece”. Sí, llegue hasta la tontera de suplicarle. De nada sirvió. Un día se me prendió el foco. Dije en voz alta “voy a botar esta tapa” (pero mentira, no la boté, en silencio la cambié de cajón), ¿y qué creen? Al día siguiente apareció la memoria USB. Todavía froto mis manos cada vez que recuerdo cómo me salí con la mía. Engañé a la memoria USB. Se estarán preguntando por qué no he hecho lo mismo con el arete. Ya lo hice, pero no funcionó.
Alguien me dijo hace años que perdemos inconscientemente objetos que nos traen malos recuerdos o que proceden de personas que no nos gustan. A veces, una vez superado el mal recuerdo, volvemos a encontrar la pluma, el recordatorio, el arete. Esa explicación me pareció una soberana tontería, pero a veces he estado a punto de creerla. Digo, ¿cómo se explica que perdamos cosas que teníamos ahí mismito? ¿Que veíamos todos los días?He dejado de coser porque cada vez que coso pierdo la tijeras no menos de cinco veces en una hora. Y la aguja por lo menos una. Eso sí es peligroso.Cuando era niña le decía a mi mamá: “se perdió la pluma”. Ella me respondía: “¿se perdió o la perdiste?”. Acepto que muchas cosas las he perdido, pero otras se perdieron solitas. Le salieron patitas y se fueron.La otra manía de los objetos es esconderse. Están en un cajón, abres ese cajón pero no los ves. Tiene que venir otra persona -una mamá, una abuela, una suegra, una tía- a decirte con desgano: “Pero mira, si allí está. Si fuera una culebra te pica”.
No les veo los dientes, pero sé que las cosas están muertas de la risa cada vez que esto pasa en una casa.

