Laura entró a la tienda de artículos de belleza como siempre hacía. Caminó por las filas de los estantes de champú, acondicionador y mascarillas hidratantes. Sus colores y formas competían por llamar su atención. Pero no la iban a obtener. Ella sabía lo que quería, así que fue directo a ese estante.

Notó, entonces, los ojos de él. La miraba desde la góndola de esmaltes de uñas. Ella siguió buscando lo que necesitaba. Él se acercó más. Quiso hacer como si no lo viera, pero él no se le despegó. Ella se cambió de pasillo hasta quedar en la sección de depilación. Confirmó que la estaba siguiendo.

Molesta, enfiló hacia la salida sin comprar nada. Él la siguió con la mirada. Había otras clientas, pero no parecía notarlas. Ayer mismo había comprado allí y esto no le había pasado. Entonces Laura quedó frente a un espejo y supo la razón: ayer no tenía trenzas. Hoy sí.

En Panamá, el 31% de las personas se reconoce afrodescendiente, según el último Censo. Y muchas han vivido experiencias como la de Laura (nombre ficticio, pero caso real) o como la de Carmen, a continuación:

En una escuela suena el timbre. Carmen camina por el pasillo hacia la oficina de la directora. Sospecha de qué se trata. Ha tenido el mismo problema en todas las escuelas en las que ha estado. Sí, ha estado en varias. Esta vez la directora trata de ser amable, pero sus palabras no lo son: “vaya a su casa a cambiarse porque la ropa que lleva puesta se le marca demasiado”.

Y, como para lavarse las manos, le dice: “Los papás luego se quejan, usted sabe cómo es esto, maestra”.

Historias como la de Carmen y Laura son vivencias que muchas piensan: esto solo me pasa a mí. Pero no es así, y en parte, por eso, existe una fecha conmemorativa este mes.

En 1992, en República Dominicana, 400 mujeres se reunieron para hablar de la discriminación, la violencia y la pobreza que viven las mujeres negras en la región. El encuentro terminó, pero de allí nació la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora. También la fecha del congreso serviría para fijar el Día de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora, que se marca en el calendario el 25 de julio.

Y es que no todas las luchas son iguales. 20 años antes de ese encuentro, la psicóloga y periodista Betty Friedan escribió Mística femenina, una obra que se atrevió a cuestionar la idea de que las mujeres de clase media en Estados Unidos lo tenían todo para ser felices: la casa de césped verde, el lavavajillas, la telenovela, los hijos, el marido. Pero faltaba algo. Y ese algo llevaba al malestar sin nombre.

El libro de Friedan abrió los ojos a una generación de mujeres que, a través de otras, pudo entender lo que le faltaba: voz fuera del espacio privado; ser más que “la mujer de...”, no ser tratada como una niña. En 1973, para solicitar un crédito, se les exigía un aval masculino. Y si bien podía ir a la universidad, era solo hasta que encontrara marido. Porque una mujer que trabajaba significaba un puesto menos para un padre de familia que lo necesitaba. A menos, claro, que ese puesto fuera el de maestra, enfermera o secretaria.

La obra de Friedan —popular en ventas y fundamental para el feminismo blanco de su época— abrió un camino. Pero no todos cabían en él. Las mujeres negras no se quedaban en sus casas: salían a cuidar los niños y a limpiar las casas de las familias blancas.

Las mujeres negras tampoco aparecían como las ‘reinas de los hogares’ en anuncios de lavadoras o de los almacenes Sears. Nunca fueron consideradas frágiles. De ellas se esperaba, y se espera hoy, que aguanten, en lo emocional y en lo físico. Por eso, una Rosa Parks, por muy cansada que estuviera después de pasar horas trabajando como costurera, debía ceder su asiento en el bus de Alabama a un hombre blanco.

El Día de la Mujer Afrodescendiente viene a recordar que esas experiencias distintas también cuentan. Y duelen. Necesitan ser nombradas porque lo que no se nombra no existe.

Las mujeres negras son enseñadas desde niñas a “arreglar” sus cuerpos y sus cabellos, lo que muchas veces significa volverlos no negros:

Alísate el cabello”, “No hables tan alto”, “elige un color que te haga ver más clara”, “Perfílate la nariz”, “No te pongas esa ropa ajustada”, “Eres caderona”, “Muslona”, “¡Disimula!”

El racismo y la discriminación respira aún entre nosotros. El rechazo hacia lo negro sigue instalado en los ojos de los guardias de seguridad que vigilan más a una mujer negra en un supermercado; en un sistema educativo que hipersexualiza el cuerpo de las maestras negras y las censura por sus curvas. O reprime el uso de trenzas, a menos que sea el día de las trenzas.

El Día de la Mujer Afrodescendiente también es un espejo. Uno donde miles de mujeres negras pueden reconocerse y entender por qué les pasa lo que les pasa. Las mujeres negras estamos cansadas, pero ya no queremos ser invisibles. Hoy, 25 de julio, y el resto del año nuestras historias cuentan.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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