Has participado de una conversación en la cual mientras la otra persona habla, y antes de que termine su frase, ya estás lista para responder.
Si eso te ha sucedido, es posible que no estés procesando la información que entra por tus oídos; estás reaccionando al eco que esa información genera dentro de ti.
Esta es la esencia de un fenómeno común y destructivo: escuchar no con los oídos, sino con las heridas y los disparadores emocionales.
La comunicación se rompe cuando la escucha se convierte en un ejercicio de autodefensa. En lugar de recibir la intención o el mensaje de la otra persona, lo filtramos a través de nuestras experiencias pasadas.
Cada palabra, cada tono de voz, cada gesto, es analizado en función de nuestras viejas batallas. Si fuimos traicionadas, una simple duda se siente como una acusación. Si crecimos sintiéndonos invisibles, una distracción casual se interpreta como un rechazo.
El problema fundamental es que, al escuchar a través de nuestras heridas, no estamos en el presente. Estamos en el pasado. El “disparador” actúa como un túnel del tiempo: el cerebro percibe una amenaza similar a una experiencia pasada y activa el modo de supervivencia (lucha, huida o congelamiento). La respuesta que emitimos no está dirigida a la persona que tenemos enfrente, sino al fantasma del dolor que esa persona, involuntariamente, ha invocado.
Una persona que escucha con sus heridas transforma la conversación de tres maneras:
La interpretación defensiva: Asume automáticamente la peor intención. Un comentario constructivo sobre su trabajo se convierte en la prueba de que no es lo suficientemente bueno. Una simple queja se convierte en una crítica personal total.
La anticipación ansiosa: Está más preocupada por formular su respuesta, su justificación o su contraataque, que por entender lo que se está diciendo. Su mente está acelerada, preparada para la defensa.
La desconexión emocional: El acto de escuchar es, en esencia, un acto de empatía. Cuando el ego está ocupado protegiendo una vieja herida, la capacidad de conectar con la experiencia del otro se anula. El diálogo se vuelve superficial o, peor aún, conflictivo.
Reconocer que hemos estado escuchando con nuestras heridas es el primer paso hacia la sanación. Es un acto de profunda responsabilidad personal. Significa reconocer que el dolor que sentimos no siempre es generado por la persona que habla, sino por el dolor que ya residía en nosotros.
La sanación comienza cuando nos damos permiso para pausar. Antes de reaccionar, podemos hacer una simple pregunta interna: “¿Esta persona está tratando de lastimarme, o es posible que esté activando un botón de una herida antigua?”.
Al tomar esta pausa, creamos un espacio sagrado entre el estímulo y nuestra respuesta. De esa manera, transformamos la conversación de un campo de batalla a un espacio de auténtica conexión, permitiendo que la persona que tenemos enfrente sea vista, y que nuestra herida, finalmente, comience a sanar.
¿Estás preparada para escuchar atentamente y bajar la necesidad de responder? La escucha vacía, sin juicio es algo que en mi caso, me ayuda un montón, y es lo que enseño a mis clientes a hacer. ¡Pruébalo!
¡Buen fin de semana!

