Coné, mi concubina y yo fuimos al supermercado hace unos días. Estuvimos juntos la mayor parte del tiempo, pero hubo un momento en el que me separé a buscar algo. Al volver hacia bebé, no sabía dónde estaban, así que me tocó inspeccionar pasillo por pasillo. Hasta que los vi. Cuando iba por mitad de camino, bebito me miró y gritó “papa” (así, sin tilde). Y comprendí una vez más el gusto enorme que tengo de criar a esta criatura.

No es que antes de eso no lo supiera, pero fue un episodio cotidiano que resume a la perfección lo que significa ser papá.

Al nacer, decidimos que yo renunciaría a mi trabajo y me encargaría de la crianza del pequeño. Desde aquel día, ha sido un recorrido inigualable. Me costó mucho al comienzo encontrar la paciencia y la calma para enfrentar el día a día de un bebé. No fue muy difícil tampoco, pues existía amor, y con él me acoplé a los ritmos de bebito.

Después vino entenderlo y darle la debida atención. Esto costó un poco más. Quizás sea por algo que me dijo un gran amigo, que este mundo machista no nos enseña a ser papás. A las niñas las bombardean con muñecos y bebés de plástico, con casas y cocinas de juguete, pero no hay nada de eso para los niños. Y cuando nos toca ser padres, en este caso un padre que se encarga de la crianza del bebé, cuesta mucho.

Poco a poco logré conocer cómo se cambia un pañal de la forma más limpia y rápida posible, entender cuándo tiene sueño y cuándo hambre, qué le asusta, hacerlo reír, cómo lograr que coma, bañarlo, dormirlo cuando no está la mamá, estar atento en las madrugadas para darle su biberón, lograr que haga caso.

Ha sido un año y medio lleno de vida, de guiar y acompañar a una criatura indefensa mientras conoce y entiende el mundo. Por supuesto que no lo he hecho solo. Mi concubina es el pilar que sostiene todo, la que nos deja alimentos listos antes de ir a trabajar, la que esperamos con ansias para ir a pasear apenas vuelva, aquella que me ha ayudado a entenderme mejor a mí mismo para así entender a la criatura.

También he tenido la fortuna de contar con mi mamá, que pese a sus problemas de salud, ha estado siempre que la necesito. No solo al cuidar a bebé, sino dándole todo el amor que tiene, siendo el nieto único de su hijo único. Mis abuelas y mis tías, que fueron las que me acompañaron durante mi infancia, también han tomado a este pequeño con todo el cariño posible. Soy también afortunado con la familia de mi novia. Sus padres se han vuelto locos con la llegada del tierno dictador. Lo adoran, lo consienten y lo aman. Su abuela también, y se nota en el dibujo de su sonrisa cada vez que lo ve.

Si esta columna se lee nostálgica es porque lo es. Es la última vez de En el nombre del padre en la revista Ellas. También le agradezco inmensamente a este equipo, pues siempre se tomaron el tiempo de esperar estos textos y acompañarlos de fotos que le calzaban a la perfección.

Han sido muchísimas experiencias, pero apenas va un año y medio de este nuevo recorrido. Aún falta que comience el colegio, que hable fluido y sin parar, que quiera ir a fiestas, que tenga secretos, que se haga el ofendido y nos tire la puerta, que se gradúe de la escuela, y tantas otras cosas. Literalmente una vida por delante. Y yo, junto con mi novia, tendré el privilegio de verla entera.