Es una sensación extraña. Hay días en los que necesito salir, hacer algún mandado, tomar un aire fresco; alejarme de la casa. Un poco por el cansancio y otro poco por escapar de la rutina. Cuando me voy, sin embargo, en lo único que puedo pensar es en bebito.

Cuando mi suegra está acá en la casa, le mando Whatsapp de forma constante para saber qué hace Coné: si ya comió, si ya durmió, si ya hizo popó, si tomó agua, si se portó bien. A mi pareja le pasa exactamente igual. Me escribe cada dos por tres a ver qué hace y qué hizo, y que le envíe fotos.

La otra noche fue especial. Mi concubina y yo salimos por primera vez a un bar desde que nació Coné. La criatura se quedó en casa de mi mamá desde las 8:00 de la noche hasta que lo fuimos a buscar pasada la medianoche. Durante ese lapso, estuve pegado del celular. Si bien disfrutaba la noche y el espectáculo musical en el bar, revisar el teléfono era un reflejo, un pensamiento que me martillaba la cabeza. No le escribí tanto a mi mamá porque ella tiene asignadas canciones para cada contacto en Whatsapp, en llamada o en Facebook, y sabía que cada mensaje que le enviara podía significar despertar a Coné.

Todo estuvo en orden igual. Jugaron hasta casi las 10 y cayó rendido. Se despertó dos veces y, a la segunda, si bien no lloró, no se quería dormir. Esa fue la señal para despedirnos de la peña e ir a recoger a nuestro paquete, que nos esperaba con una sonrisa pícara y trasnochada.

Es curioso también qué rápido pasó de ser un bebé que se negaba a dormir en un ambiente extraño a andar de farra por la calle. Hace unos tres meses, mi novia y yo teníamos un evento al que ambos estábamos invitados. Él se quedó donde su abuela y fue llanto parejo, pues no estaba acostumbrado a la noche sin mamá o papá. Pareciera que ya poco le importa si estamos. Con tal de que haya leche, juguete y desorden, él es feliz.

Todo pasa muy rápido. Recuerdo como si fuera ayer cuando el doctor dio el visto bueno para que le diéramos papillas de arroz con leche materna y ahora la criatura engulle hasta ternera. Con sus dos dientes incipientes corta y mastica. Bastan para que el niño sea autosuficiente.

Recuerdo cuando un juguete nuevo significaba horas de exploración y de minuciosidad. Ahora lo ve un rato y se dispara por toda la casa. Es impresionante cómo algo que no quieres que agarre, por más minúsculo que sea, es precisamente lo que él identifica y va y lo agarra. Requiere ahora de otro tipo de estimulación, una interacción mucho más humana, con más diálogos y más gestos. Nos han servido mucho los libros que las abuelas le han regalado, que van desde los animales del mar hasta una reinterpretación de las canciones de Bob Marley o sobre la cultura congo panameña.

Ya dejó de ser un bebé que solo está con papá o mamá y tira los brazos a alguien que le caiga bien. Incluso establece interacciones. Cuando vamos al supermercado, él es quien busca a las personas y las mira fijamente a los ojos. Hace inevitable que no lo miren o que no le regalen una sonrisa.

Todo ha pasado muy rápido. Y sé que estas etapas se irán igual de rápido. Uno de mis mejores amigos tuvo un bebé hace poco y hemos servido de una especie de consultores ante algunos episodios. Les conté que me habían dado muchas veces el consejo de disfrutar de cada momento, y aunque no lo había entendido del todo bien, me encargué de entregarme a cada fase, porque por más caótico que parezca algo, va a cambiar en menos de lo que uno piensa. Ahí está Coné, que ya dejó de ser bebito y ahora es un bebote que pesa lo mismo que un tanquecito de gas. Por suerte ya gatea y no hay que tenerlo siempre en brazos.