Debemos comenzar esta columna con una premisa muy sencilla: las abuelas idolatran a sus nietos. Lo sé porque mi abuela, si bien fue estricta conmigo, siempre me llenó de cariños, de mucho amor. Mi abuelo también (me refiero a los maternos, porque por parte de papá no conocí a nadie más). Y yo también amé con fuerza a mis abuelos. Mi abuela es una de mis personas favoritas en la bolita del mundo. Y cada vez que puedo le doy un abrazo apretado y un beso en la frente.

Dicho esto, qué difícil es lidiar con las abuelas cuando no son abuelas de uno. Me explico. Mi mamá y mi suegra están chochas con la llegada de bebito. Ambas han estado siempre atentas a cualquier cosa que necesitemos, ya sea para cuidarlo, para llevarlo a algún lado o cualquier otra cosa. El bebé, además, llegó después de un concubinato de ocho años, varios de ellos en los que ya intentábamos tener un hijo, por lo que la aparición de Coné fue algo que ya ellas suponían que no iba a pasar.

El asunto en cuestión, sin embargo, es que ese amor desenfrenado que tienen hacia el pequeño tirano se traduce en que hacen lo que les da la gana. Comencemos con el ejemplo de la comida. Hasta que bebé cumplió el año, el pediatra le tenía bastantes restricciones al niño. Nada exagerado: no darle sal, no darle nueces, no darle lácteos, etcétera, etcétera.

Mi novia y yo intentamos siempre seguir aquellas instrucciones al pie de la letra. Las abuelas, no mucho. Un día mi mamá se llevó a bebé a pasear y me envió una foto en la que lo alimentaba con una croqueta de bacalao. Otro día compramos una paleta con mi suegra y le dio parte de la suya a la criatura. Yo sé que no pasa nada, y que ellas tienen la experiencia de haber criado sano y salvo a sus hijos. También sé que nosotros somos primerizos e inexpertos y nos vamos mucho a la teoría. Pero muchas veces ha sido frustrante que no te hagan caso a tus recomendaciones.

Lo peor es que cuando nos tocaba llevar a bebé donde mi mamá o donde mi suegra, le llevábamos desayuno y almuerzo en una pequeña lonchera. Era cuestión de calentar y alimentar. Pero poco caso hacían.

Las decisiones del pediatra también las han cuestionado mucho. “¿De dónde sacó él eso”, “¿quién dijo que eso es así”, “¿por qué no lo llevan donde el doctor tal?”. Y de repente sacan su libro de estrategias caseras para curarlo o para mejorarle algo.

Todo viene de un buen lugar, yo sé que idolatran a la criatura y que quieren lo mejor para él. Es solo que es difícil que a veces te contradigan con lo que te has planteado para criar a tu hijo.

Por suerte, todo ha resultado bien. Bebito no ha sido alérgico a nada, ya ha mejorado sus movimientos intestinales, come bien, se ríe, es amable y muy cariñoso. Es el mejor bebé que podríamos tener. Y si bien la columna trata sobre lo que es lidiar con las voluntades de las abuelas, no es menos cierto que bebito es como es precisamente por tener a las abuelas en su vida. También está bueno un poco de caos en esa forma de criar. Me contradigo un poco con lo que escribí más arriba, pero la vida es así también, llena de contradicciones.

Nada me hará más feliz que cuando bebito les diga a sus abuelas -y bisabuelas, y tías y todas y todos con los que compartimos a Coné- que las ama. Y ellas, enamoradas con locura de este bebé se derritan aún más de amor. Nada me hará más feliz que saber que bebito querrá a sus abuelas con el mismo amor con el que yo quiero a la mía. Y con la que estoy seguro que mi mamá también tuvo sus discusiones sobre crianza. Así es el círculo del amor.