Cuando esta columna cumplió veinte años de publicación semanal continua y luego veinticinco, me parecía mentira. No sabía dónde se había ido el tiempo. Multiplicaba semanas por años y me salía un número enorme de columnas escritas, pero ahora que cumple treinta años —ajá, 30— este próximo sábado 13 de diciembre de verdad que yo misma me pellizco.

Treinta años son muchos, es el cuarenta y dos punto ocho por ciento de mi vida que no es relajo. Revisando mentalmente la película “Del diario de mamá” veo hijos adolescentes y otros infantes, memorias frescas de mi infancia y juventud, amistades que llegaron. Algunas se quedaron y otras desaparecieron como el humo de las discotecas. Veo los empleos y trabajos que ejecutaba simultáneamente con la producción de estos artículos. Y, ojo que trabajo y empleo no son la misma cosa. Veo tantas cosas. Y se me alegra el alma por haber tenido la oportunidad de pasarme tantos años compartiendo con ustedes, mis lectores, todas esas vivencias.

¿Qué quedará cuando la columna desaparezca de las páginas de un medio de comunicación? No lo tengo muy claro, pero sé que cuando a mi se me borre el cassette, cuando la mente quede en blanco podré volver a las páginas de la Revista Ellas y repasar mi vida con lujo de detalles. No he producido una autobiografía en regla, pero estas páginas son justo esto.

Al acercarse la fecha me pareció justo reunir a todos aquellos personajes que habían pasado, y algunos que siguen estando, por el “departamento de suplementos” del Diario La prensa. Fue una convocación abierta, tipo “si se me queda alguien por fuera avísenme para meterlo al grupo”, informal “vengan a mi casa como sea”, pero vengan… y vinieron. ¡Qué alegría!

Algunos llegaron tempranito y otros más tarde porque había tráfico y venían desde lejos. Otros reportaron la imposibilidad de asistir por muchas razones, todas válidas. A todos los ausentes los extrañamos MUCHÍSIMO y me alegré MUCHISIMÍSIMO por los que fueron. Y es que los quiero mucho. A cada uno con su estilo, con su personalidad. Llegaron los de sección editorial, de fotografía, no faltaron los de diseño y ventas estuvo muy bien representada. La velada se extendió hasta la medianoche y nos hubiéramos podido quedar mucho más, pero era día de semana y hoy, había que trabajar.

Fue, como dirían los tatarabuelos, “una velada deliciosa” llena de risotadas, cuentos viejos y nuevos, y mucho cariño de ese que se guarda en lugares especiales. Y entre todo ese gentío la “señora Chelle”, amiga entrañable que llegó con la columna y se ha quedado en mi vida. Ella fue la persona que entendió que yo podía llenar este espacio antes de que yo misma supiera que podía escribir. Palabras para agradecerle este regalo no existen. Solo ¡GRACIAS! Que, por supuesto, se queda cortísima. Tengo unas ganas terribles de incluir aquí la lista de nombres de todas esas personas que vivirán en mi corazón para siempre, pero, como ven solo me quedan cinco palabras disponibles y son muchos nombres. Ruego que no tengan que pasar treinta años más para que volvamos a vernos.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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