Cada semana, cuando me siento a escribir el texto que debo mandar a la revista Ellas, me quedo mirando fijamente la pantalla de la computadora e inexorablemente me viene a la mente esa pregunta que lleva muchos años torturándome: ¿tienes un artículo más en el buche?

Es más, no solo me visita cuando llega la hora de producir el texto sino también cualquier martes mientras estoy en mi cama mirando al techo o un jueves mientras disfruto del Parque Omar desde mi balcón o en cualquier otro momento en que mi mente esté medianamente desocupada y tenga espacio para pensamientos necios. No es la primera vez que les hablo del tema, pero me he dado cuenta de que con el correr del tiempo las sensaciones varían. Los ahogos son, en ocasiones más largos y en otras más cortos; el susto a veces cortito y otros días largo, largo, largo. Supongo yo que estas variaciones son producto básicamente de dos factores: el primero, los años que llevo escribiendo esta columna —25 cumplidos en diciembre 2020— y segundo, los años que he sumado a mi calendario. Como ven, el factor común son los años.

Obviamente, a medida que pasa el tiempo y aumenta la edad de la persona uno empieza a preocuparse porque el cuerpo parece ponerse en huelga para ciertas cosas y ni se diga de la mente que cada vez solicita más permisos extraordinarios para irse de vacaciones.

En estos momentos, conviene comparar figuritas con personas que vayan aproximadamente por el mismo punto del camino. Así, es posible que un amigo te diga que no puede seguir caminando en el Parque Omar porque sus rodillas no toleran bien las lomas y, como a ti esa parte del cuerpo aún no te ha protestado, procedes a sentirte afortunado. Por otro lado, es posible que te cause enorme frustración no poder enseñarle a uno de tus nietos aquella poesía que de niña y jovencita recitabas como un tren bala sin cancanear ni perder una coma.

Estas comparaciones, como he dicho, pueden subirte o bajarte el estado de ánimo. Las que generalmente te lo bajan son aquellas que hacemos con nuestra propia situación en años pasados. Esas mejor ni recordarlas pues es casi seguro que hace diez o quince años podíamos hacer ochocientas cosas más de las que podemos hacer ahora. Nos subíamos fácilmente a un árbol a cosechar mangos, o saltábamos soga, manteníamos el hula hoop dando vueltas alrededor de la cintura por horas y nuestro cuerpo era capaz de deshacerse de cinco libras en cinco minutos. Honestamente es la última la que más extraño ya que ahora lo único que logro es aumentar cinco libras en cinco minutos. ¡Qué cinco, en uno!

Frente a estos panoramas he optado por lo siguiente: cuando me quiere dar el dolor de barriga me traslado a mi adorado Camino de Santiago y revivo aquel famoso tramo de treinta y dos kilómetros entre Ventosa y Santo Domingo de la Calzada. Aquel en que, de verdad, verdad, pensé que no llegaba y ante el miedo el cansancio y la frustración mantuve la vista hacia adelante y pedí a la Virgen y todos los santos que me ayudaran a dar “un paso más”. “Uno más” pedí decenas de veces hasta que me vi finalmente frente al albergue y concluyo que frente a mi pantalla puedo hacer lo mismo y sencillamente pedir “uno más”. Hasta ahora no se me ha negado ese artículo adicional que necesito para completar la semana. Vivo agradecida.