Hace unos días una de mis hijas se apuntó para buscar a los sobrinos (es decir, mis nietos) que viven en Panamá y llevarlos ‘por ahí’. Ubíquense que son una de cuatro años -a punto de cumplir 40-, otro de dos y la de ella que tiene uno y pico. Salieron pues para su aventura la cual, por supuesto, fue debidamente documentada al igual que sucede con todas las ocurrencias en las vidas de la gente joven.

Entre los cortometrajes que compartió la tía estaba uno de los niños jugando “uno, dos, tres.. pan, queso”. No saben lo feliz que me hizo comprobar que algo de lo que vivieron de niños se les quedó grabado y lo replican con su propia tropa. Pero la cosa no quedó allí. No sé si fue más tarde o al día siguiente, el hijo de Charleston manda uno de él jugando lo mismo con sus niños. En su caso me pareció rarísimo pues era solo un niño el que apuraba la carrera, pero después me comentó que la otra se había aburrido a medio camino, pero como al hermano le parecía divertido el juego, había seguido compitiendo contra él mismo. Me seguí divirtiendo.

Les cuento que no todo lo que le enseñé a mis hijos en términos de diversión lo recuerdan, a menos, claro está, que yo los lleve de la mano hasta el momento específico en que se forjó el recuerdo, lo cual a veces hago, solamente por la satisfacción de sentir que valió la pena, pero no me quejo, algo se les quedó.

Con mis nietos trato también de armar momentos que se queden en su memoria, pero se imaginarán que mis cuentos son aquellos de ‘viene el lobo’, ‘del tío Conejo y el tío Tigre’ -siendo el tío Conejo bastante malandrín- y de las canciones bueno, que si ‘el ratón Pérez cayó en la olla’ o ‘yo tenía 10 perritos’ -caso en que la mayoría desaparece trágicamente- o ‘el ratoncito Miguel’. Por ahí nos vamos. Obviamente, digo yo, que hago un esfuerzo por evitar las partes más trágicas, pero a veces se me van, y después tengo que enfrentar a la nieta que solo quiere que le cante la canción ‘del machete’. ¿Se acuerdan “a uno le cayó un machete”? ¡Ay bueno! Yo trato, pero no puedo borrar todos mis saberes de un solo tiro.

Cada vez se hace más difícil compartir tiempo en áreas abiertas pues ya uno no vive en ‘casa con patio’ como la de la abuelita de Roxana, y para llegar a los parques hay que luchar contra el tráfico y luego encomendarse a todos los santos para encontrar un espacio de estacionamiento, pero cuando se superan todos esos obstáculos el tiempo que se pasa dejándolos corrinchar y ensuciarse y chapotear en el lodo, si es posible, es una maravilla. Meto cuña: ¿será que el municipio se atreve a construir estacionamientos debajo de cada parque de la ciudad? Fin de la cuña.

Ir al interior es un sueño, si no están dinamitando ninguna autopista ni cerrando el acceso a otra, lo que nos está obligando a criar niños de balcón como les llama mi marido a quienes crecen sin mucha oportunidad de ensuciarse. Quisiéramos que fuera diferente, que pudiéramos jugar con ellos ‘Uno, dos, tres pan y queso’ en un amplio jardín en lugar de en el pasillo del apartamento pero, a falta de patio, buenos son pasillos.