Hace unos días me apareció en la pantalla una foto del 2022, año en que mi esposo y yo hicimos la última mitad del Camino de Santiago. Es una foto que nos tomaron desde atrás caminando con las mochilas y con las manos agarradas. No crean que nos la tomó un extraño y nos la mandó… bueno… sí nos la tomó un extraño, pero tiene su cuento, que alguna vez ya les compartí, pero lo refresco.

Nosotros íbamos caminando así y un muchacho se nos adelantó y nos preguntó si podía tomarnos una foto para enviarla a su esposa porque nos había visto un rato antes —y asumo que se había dado cuenta que éramos unos doños— y ahora nos volvía a encontrar y le parecía muy tierno que “todavía” quisiéramos andar agarrados de la mano. Quería decirle a su esposa que el deseaba llegar a nuestra edad con el mismo cariño.

Yo, por supuesto, le dije que sí y además le pedí que tomara una foto con nuestra cámara. Lo hice porque en 2010, haciendo el mismo recorrido había visto a una pareja de ancianos salir de la misa en León agarrados de la mano y me pareció muy tierno, pero para cuando logré sacar la enorme cámara de su estuche y demás ya habían dado la vuelta en la esquina y nunca pude tomar la foto, pero se me grabó de tal manera la imagen que la recuerdo con frecuencia.

Y la recuerdo porque pienso que en una relación de pareja una simple caricia muchas veces es más importante que todo lo demás. Se viven todas las etapas es cierto. Se pasa por aquellos momentos de pasión desenfrenada con que generalmente se estrenan los amores, se viven momentos de angustia y otros de relajo, ocurre de todo a lo largo del tiempo, pero un rozar la mejilla, un pasar la mano por la espalda, el colocar la mano sobre la mano de la pareja, darle un beso en frente así solo porque sí en cualquier momento del día o de la noche lo dice todo.

Y si bien estoy hablando de las caricias que comparten las parejas las mismas son válidas para los hijos, los padres, los hermanos y, hoy en día para los perros y demás animales hogareños. Vivimos atribulados, la vida nos lleva en volandas de aquí para allá y cada día al terminar las carreras estamos tan cansados que se nos olvida que nuestros seres queridos han tenido un día parecido al de nosotros. Ante el cansancio y, en ocasiones el mal humor, una caricia puede resolverlo todo.

Y antes de que se me olvide… si bien las caricias físicas son maravillosas, igualmente fantásticos son los gestos. La llamadita inesperada “solo para ver cómo estás” o un mensajito tan sencillo como “te quiero mucho”, porque ya saben que ahora hablamos más con los dedos que con la boca, una tarjeta en la almohada, una tableta del chocolate favorito. Todas las formas de decir te quiero y me importas son buenas. No hay que dejar de practicarlas.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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