En esta vida todo tiene sus ventajas. Es algo que confirmo a diario. Ocasionalmente, nos pasamos largos períodos de tiempo (en algunos casos media vida o la vida entera) pensando que una situación, rasgo o característica es “malo”, hasta que algún evento detona en nuestra mente la iluminación y con ella viene el conocimiento pleno de que la tal “cosa mala”, no era tan mala nada.

Y eso se aplica a todo en la vida. A lo más sencillo y a los misterios existenciales del universo. Por ejemplo, en mi familia siempre se ha tocado el tema de las “orejas grandes” como… bueno, como se habla de las orejas grandes. Y que si tal o cual es orejón y que si la otra salió al bisabuelo “con las orejas grandes” y demás comentarios que van de burlones a peyorativos.

Este tema jamás lo he oído mencionar en la familia de mi esposo. Allá, puede que hablen de narices ocasionalmente, pero no de orejas. De hecho, mi marido luce unas muy distinguidas orejas pequeñitas que se podría decir que en el universo de esa parte del cuerpo son bonitas. Seguro, mañana me mata por este comentario pues no faltará un amigo que lo llame para “joderle la paciencia”, perdonen la expresión, pero si no la digo así, no sabría cómo decirla.

Entonces, miren lo que sucede ahora en tiempos de Covid… hay que andar con mascarilla ¿cierto? Pues bien, los obedientes aquí, la usamos cada vez que salimos a caminar, que por cierto es la única actividad fuera de casa que tenemos. Yo me trabo mi chéchere y mis buenas orejas grandes y fuertes la sostienen de maravilla. No me molesta, no se me mueve, no se me corre, no me tengo que poner ningún aditamento adicional para sostenerla, en fin, mi mascarilla y yo somos felices.

Mi pobre marido, por el otro lado, no tiene la misma suerte. Sus elegantísimas orejas de lord inglés no son tan resistentes como las mías y se doblan hacia adelante, el elástico de la mascarilla se resbala y escapa de zafarse cada quince minutos, razón por la cual él necesita ajustársela con frecuencia para asegurarse de que no se va a escapar de su sitio.

Así las cosas, hemos confirmado, que tal como expresé al principio de este texto, todo tiene sus ventajas y uno sencillamente tiene que aprender a valorar cada cosa en su justa medida y a darle el mérito que merece. Yo, por ejemplo, siempre me he quejado de que no tengo buen olfato, lo cual, por supuesto, impide que sea una buena catadora de vinos y de otras especialidades, sin embargo, cuando el ambiente está plagado de olores desagradables yo soy feliz pues no huelo absolutamente na-da.

Pies delicados no me repartieron, o quizás sí y yo los dañé en el camino, no estoy segura, pero les puedo decir que soy capaz de caminarme un río entero de principio a fin, descalza, sin sentir ni la más mínima molestia. Esta habilidad resulta muy práctica cuando uno anda de aventuras por el mundo.

Lo que quiero decirles es que cada vez que tengamos ganas de autocriticarnos nos detengamos a pensar para qué puede servirnos en el futuro eso que vamos a enjuiciar.