Muy poco les conté sobre mi viaje a Nueva York, pues poco había sucedido cuando escribí la pieza. Llevábamos apenas un día en la ciudad y aunque habíamos visitado el museo del 9/11, asistido a dos obras de Broadway, sacado tiempo para almorzar un plato de pasta del tamaño de la ciudad en Carmine’s, llegado hasta Central Park y los puntos importantes de la Quinta Avenida, era apenas el principio.

Tengo que reconocer que mi marido es el mejor compañero de viaje de la bolita del mundo, amén. Se apunta para todo, y mejor aún, lo disfruta. No se ocupa mucho de la planificación, pero no entorpecer la que yo hago es una gran cosa. Tenemos el mismo biorritmo viajero: somos de salir temprano, nos gusta conocer todo en detalle, necesitamos sentarnos para una picada con cervecita fría a las cuatro de la tarde y lo de la cena, pues se decide dependiendo del programa del día. Básicamente cuando queremos disfrutar de una comida memorable en la noche, acomodamos las otras comidas de forma que no nos arruinen el apetito.

Me fascina visitar “lugares con cuentos”, claro que algunos también tienen historia de verdad, pero es lo que dicen los locales lo que me fascina. En esta visita a NYC, por ejemplo, nos fuimos para Brooklyn, el condado que alguna vez fue ciudad. Las tradicionales residencias de Brooklyn Heights, donde alguna vez vivieron Truman Capote y Henry Miller, el Promenade y el parque de Dumbo -no del elefante sino el acróstico de Down Under the Manhattan Bridge Overpass-, están allí mismito a una corta caminata de donde llega el subway. Más adentro, hacia el centro, se puede disfrutar de grandes áreas verdes, edificios de gobierno y, en general, se siente como un sitio amable. Por supuesto, que cruzar el puente de Brooklyn caminando hacia la ciudad de Nueva York es una experiencia. Y así se va uno, de parque en parque y de esquina en esquina, descubriendo y redescubriendo la ciudad que nunca duerme.

Contarles sobre las conferencias del New Yorker Festival me tomaría muchas páginas. Cada una es una experiencia. Asistir a un panel con cuatro periodistas investigativos -todos ganadores de múltiples premios, llámese Ronan Farrow, Jane Mayer, Michael Schmidt y Ginger Thompson, y escuchar cómo llegaron a las noticias que los pusieron en importantes titulares es inspirador; o entender el racional detrás de los documentales producidos por Frederick Wiseman, entre esos uno titulado Canal Zone, es interesantísimo. Y si a eso se suma una entrevista con Jimmy Fallon, que incluyó sus locuritas y chistes, pues la cosa se pone mejor aún. Y así se va uno, de conferencia en conferencia descubriendo y redescubriendo cineastas, autores, arquitectos, periodistas, cocineros, guionistas, traductores, en fin…

A lo que voy es que me gustan los viajes que puedo saborear por semanas, meses e incluso años después. Aquellos de los que traigo conmigo experiencias memorables.

Y cuando puedo, además, encontrarme con algún conocido local y compartir un rato solo porque sí, pues se añade el broche de oro. No importa si voy a un lugar desconocido o a uno que visite con cierta regularidad como Chiriquí, por ejemplo, el asunto es viajar con ilusión y sacarle el jugo a la visita. ¡He dicho!