Hay ciertas cosas que por alguna misteriosa razón uno recuerda para toda la vida. Seguramente, a fuerza de repetirlas se graban en el disco duro que no se raya, ni se pierde. Mmm… no sé si puedo jurar que eso es cierto porque creo que el mío se ha traspapelado.
Por ejemplo, yo puedo recitar de memoria el número del teléfono “público” que estaba en el segundo piso del dormitorio de la secundaria donde cursé el doceavo grado en California. Mi papá había instituido que cada viernes a las siete de la noche le pusiéramos una llamada telefónica. Y digo pusiéramos porque había que llamar a la operadora, decir que uno quería llamar collect, es decir, por cobrar, dar el número al que queríamos llamar y el número de donde estábamos llamando para que una vez lograda la comunicación la operadora nos llamara “pa´tras” y nos pasara la llamada. Así pues, el “seven one four, six, three, seven, nine, eight, four, three”, vivirá en mi memoria parece ser que por toda la eternidad pues ya han pasado cincuenta y dos años desde que salí de Marywood High School.
Igualmente, están los números telefónicos de las amistades que llamábamos ochenta veces por semana —y a veces por día— y que, a falta de celulares que actuaran como la memoria de repuesto, había que aprendérselos. Entre esos números, aunque no era de teléfono, estaba el de nuestro apartado de correos. De niña fui muy pocas veces, y de grande también pues el correo lo recogía Papa Quica, el tío de mi papá que hacía esas diligencias para la oficina.
La zona 1 estaba en el viejo edificio de la Compañía del Canal Francés (hoy Museo del Canal) que se había convertido en la sede principal de los Correos Nacionales. El Casco andaba ya entre chivo y conejo, de feo quiero decir, aunque todavía se encontraban espacios para estacionarse que era bueno. Muchos de mis amigos tenían su apartado en la zona 5 que estaba en Ave. Balboa, por donde estaba el Boulevard Balboa y una barbería famosa ¿Vernaza?. Allí era como más fácil llegar.
Sin embargo, aunque uno no fuera a buscar el correo, a partir de cierta edad uno estaba pendiente de que le llegaran cartas. Por lo menos era mi caso pues tenía un novio estudiando en una escuela militar en el extranjero. Siempre he tenido una fijación con el correo y aunque también se sufre cuando uno ve llegar al cartero en Estados Unidos y al bajar al buzón se da cuenta que solo está lleno de propagandas, me parece emocionante aquello de poder abrir el buzón a diario solo porque está frente a la casa.
Hace unos años cambió todo el sistema de apartados, ya el nuestro no es el 1610 y no hay zona 1, honestamente, no sé en qué localidad de la ciudad quedó la nueva casilla que tiene un número larguísimo que para aprenderlo tuve que usar toda suerte de trucos. Que si tomo el primer número y lo multiplico por dos y luego le resto uno y al otro le sumo tres. ¡Qué sé yo, es una jeringonza! Pero lo más triste es que esa casilla ahora si es verdad que está huérfana de correspondencia pues todas las palabras de amor viajan por el espacio cibernético y llegan a su destino sin perfume y sin besos estampados en el sobre.

