He leído un poema que me ha llegado al alma. Lo vi en Facebook. Está en inglés y parece una foto de un periódico viejo. Al final leo que fue enviado por Cova Whobrey. No puedo determinar si ella lo escribió y lo presentó para algún evento/concurso/feria o si sencillamente se lo encontró y lo envió al sitio que lo publicó. ¿Quién sabe? No es importante.

Es un poema que habla de lo que fueron alguna vez la abuelas -cuando eran jóvenes y autosuficientes– y su realidad en su vejez, y se plantea como un interrogante a una gran familia: ¿Quién se queda con la abuela?

Pienso en las abuelas panameñas y en la suerte de muchas de tener a su prole cerca y con ganas de cuidarlas. Pienso en aquella abuela que vive en San Francisco, California, mientras su descendencia deambula por las calles de Nueva York, y un dejo de lástima entra en mi corazón pues seguramente las visitas son cortas y muy espaciadas. Aquí todavía se mantiene -aunque cada vez menos- la costumbre de que las familias convivan bajo un solo techo, especialmente cuando uno de los viejitos queda solo.

Sin embargo, no puedo dejar de ver hacia adelante y entender que pronto ese universo maravilloso de los “abuelos bien cuidaos” puede desaparecer. Las causas serán muchas, pero quizás la principal es que el mundo se ha hecho pequeño y hoy las personas ya no se quedan en el mismo sitio para toda la vida. No señor, los jóvenes se mudan de país y/o continente como quien se cambia un par de zapatos… y los no tan jóvenes también. Los expats gobiernan el mundo, si no todo, por lo menos el de los negocios. Desde allá, desde lejos, tocan machín a través de alguna aplicación que les permite verle la cara a sus padres, abuelos, hermanos o cualquier otra persona cercana. Es una gran ventaja, pero qué pasa con tocarlos, abrazarlos y darles un beso.

Esa parte de la relación no se recupera con ningún Facetime. Y así, con el correr del tiempo, ese mundo chiquito hace que las distancias sean grandes, y para cuando los viejos se ponen viejos ya no queda nadie cerca que los pueda atender. En otros países son los mismos viejitos quienes se agencian para cambiar su casa de toda la vida por otra casa/piso/cuarto en una comunidad para jubilados, buscando así pasar sus últimos días bien atendidos sin molestar a nadie.

Me pregunto, ¿qué habrá de malo en molestar un poco? A fin de cuentas, no es que uno quiera pasar factura, pero seamos realistas, todos esos viejos algún día se pasaron horas, días, meses y años atendiendo a sus hijos, y muchas veces a sus nietos, porque no se puede olvidar que ahora los hijos están súper ocupados trabajando.

El poema nos muestra las elucubraciones de quienes saben que lo correcto sería cuidarla, pero no saben cómo aceptarlo. La última estrofa dice: “¿Qué? ¿Nadie la quiere? Oh, sí hay alguien dispuesto a darle su lugar bajo el sol, donde no tendrá que preocuparse ni preguntarse ni dudar, y no será problema nuestro. Muy pronto Dios le dará una cama, pero quién secará nuestras lágrimas cuando la abuela haya muerto”. Tema para pensar.