Cada día veo que más panameños se aventuran a recorrer el Camino de Santiago. Hay de todo, peregrinos, bicigrinos y turigrinos. La forma como se recorra al final tiene poca importancia, pues cada quien hace su Camino como puede y como quiere, esa es la belleza de la ruta que no hay una forma de hacerlo, la única verdaderamente válida es la que cada caminante escoge.

Algunos ven el Camino como una vacación, y sí, puede ser que eso sea, una vacación del perenne ir y venir en que vivimos, sin embargo, no es la tradicional vacación de no hacer nada y pasarse el día tirado al sol pensando en las musarañas. Implica un poquito más de trabajo, pero en realidad es el trabajo más maravilloso que uno se puede imaginar.

Es el trabajo de viajar al centro mismo del ser. Pasarse el día entero en cuasisoledad, interiorizando lo que generalmente nos pasa por encima de la cabeza; es un viaje al alma cuyos resultados perduran para siempre. Algunos dirán que es muy difícil, que caminar 25 o 30 kilómetros por día no se puede hacer, que llevar en la espalda todas las pertenencias es imposible y que estar en silencio por tres o cuatro horas seguidas es para los locos. Puede ser, pero los reto a que lo prueben. Regresarán mirando el calendario a ver cuándo lo pueden repetir.

Quienes lo han hecho corto, es decir, completando solo los cien kilómetros reglamentarios para recibir la Compostela, piensan en añadir terreno; quienes lo han hecho largo -empezando en Francia u otro país, pues ya les he dicho que hay peregrinos que salen de su casa en Francia o Alemania o cualquier polo y sencillamente arrancan a caminar desde allí- se lo imaginan por otra ruta o sencillamente por la misma, pero será diferente, siempre será diferente, el caminante es diferente cada vez.

Es igual que la vida diaria, uno es distinto cada día. Ayer lloramos porque no podíamos pegar el zíper en la camisa que estábamos cosiendo y hoy le encontramos el truco para instalarlo a la perfección, sin frustración alguna. El martes pasado nos pusimos furiosos porque el jefe nos regañó por cuenta de la falta de un compañero, y hoy, frente a la misma ocurrencia, vemos el asunto con filosofía y entendemos que el jefe pasa por un mal momento porque la mujer lo dejó. Así es la cosa, con cada día que pasa nuestra actitud va evolucionando y con esa evolución la forma como manejamos lo que nos sucede.

En el camino puede que un día, después de 15 kilómetros, el cuerpo nos pida cacao, mientras que habrá aquellos en que completamos 3 o 35. Llorando de cansancio, claro, pero los completamos.

Yo llevo ya casi nueve años buscando un hueco en mi calendario para meter 40 días y regresar a mi adorado Camino. No ha sido fácil. En realidad no ha sido, pero seguiré tratando porque soy terca y cuando se me mete algo entre ceja y ceja doy vueltas hasta que encuentro la puerta de entrada. Ya veremos cuándo se abre esta, pero no me quedaré tranquila hasta que ocurra.