En términos generales la gente opina que yo tengo buena memoria, y lo cierto es que si la tengo para poner en el tapete cosas que me pasaron en tiempos antediluvianos, no tanto para lo que me comí ayer de almuerzo. Aunque… esto de la comida nada tiene que ver con la memoria sino con las ganas de olvidar que lo que puse en el plato irremediablemente terminará en la cintura, o en la cadera o en cualquier otro destino de la geografía de mi cuerpo.
Sin embargo, dejando el desorden aparte, sí se me olvidan asuntos del presente cercano. No estoy segura si debía empezar a preocuparme por la visita del alemán o debo achacarlo a la cantidad de cosas que voy metiendo en la cocotera y que de tanta apretazón pues se enredan. Me gustaría pensar que la segunda opción es la válida.
Ahora que estoy metiendo el palito en el ´congo´ de las avispas se me viene a la mente que hay varios tipos de memoria y algunas no estoy muy segura de que sean de utilidad alguna. Me refiero específicamente a esa en que se acumulan recuerdos tristes, espantosos, desgarradores, difíciles, de esos que nos hicieron sufrir y que rehusamos desechar. No digo con esto que uno debe olvidar todo lo malo que le ocurrió en la vida pues eso solo nos convertiría en personas soberanamente tontas al no aprender nada de las experiencias vividas, sino más bien procesar estos recuerdos para que no sigan haciéndonos daño.
No estoy segura de que me he explicado con claridad. Por ejemplo, una amiga “te quita” el novio a los quince años. La odias, no la puedes ver ni en pintura (ídem al novio), con tan solo pensar en ella se te derrama la bilis. Pasan los años y tu sigues adelante, la susodicha pareja se disuelve, pero tu no puedes cuarenta años después escuchar el nombre de la amiga sin que haya un derrame de bilis y se te pongan las orejas coloradas y digas un par de frases de esas que se pronuncian cargadas de odio. ¿Por qué? Han pasado cuarenta años. ¡Ya suelta! Es que no podemos llevar la basura de la vida a cuestas por siempre.
Esas son las memorias a las que me refiero. Y, fíjense que olvidarlas no es la solución, es procesarlas lo que funciona. Sacar lo bueno de la lección y descartar lo que no sirve, lo que duele, lo que atormenta. Porque todas las experiencias, aun las que en un principio nos parecen “malas” tienen algo que nos ayuda a crecer y a ser mejores personas.
Hay quienes hablan peyorativamente de la memoria selectiva, porque es cierto que hay quienes la usan con fines malévolos, pero bien entrenada, la memoria selectiva es lo que es, lo que debe ser. Es el primer peldaño hacia el perdón, acción sin la cual es imposible alcanzar la paz en esta vida. Llegar a este punto de balance no es fácil, es todo un arte y entre más temprano lo empecemos a practicar más lograremos perfeccionarlo.
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