Alguna vez en Panamá hubo mangos. Bueno, durante la temporada de mango, que empieza más o menos en mayo y que dura lo que le da la gana, dependiendo de lo que haya ocurrido con el clima en los meses de floración, etcétera. Cuando digo que hubo mangos me refiero a que no solo se conseguían distintas variedades sino que su precio era accesible. Al igual que las naranjas, podían comprarse por saco y ni les cuento cuanto costaba ese ciento que siempre era extendido.

Hoy en día el panorama ha cambiado. Está de más decir que las decenas, sino cientos de “palos de mango” que hubo en la ciudad han sido reemplazados por enormes edificios que no producen absolutamente nada. Seguramente muchos de ustedes recordarán ir caminando por cualquier calle y disfrutar de los frutos que las ramas que caían hacia la acera ofrecían generosas a los peatones. Y mientras uno no tirara piedras que fueran a romper las ventanas de las casas en cuyos patios crecían estos árboles, se permitía llevarse uno para la merienda. Digo tirar piedras porque siempre estaban aquellos avariciosos que querían llevarse suficientes para comer y para vender.

Quedan algunos árboles en la carretera hacia el interior, especialmente en el área que va como desde la entrada al Valle de Antón hasta Río Hato aproximadamente. Pregunte usted el precio y verá que se los quieren vender como si fueran importados directamente de la India y hubieran llegado en avión y en primera clase.

Quienes tienen siembras para la comercialización solo quieren dedicarse a especies que viajen bien como el Tommy y otros similares -que no los critico pues son sabrosos- que igualmente llegarán a su casa únicamente si usted está dispuesto a pagar más de dos dólares cincuenta por cada uno.

Sueño con los mangos de calidad con todo y sus hilachas y alguna vez que manifesté mi antojo mi amigo Coco García tuvo a bien enviarme unos desde Chiriquí. Están escasos, al igual que los papayos, los de cuchara, los huevo de toro y los Julie, entre muchos que recuerdo haber disfrutado en mi juventud; cada uno con su forma y sabor característico. Unos mejores que otros, pero todos sabrosos al fin. Es cierto que gracias a las importaciones se puede conseguir mango en casi cualquier mes del año, por no decir en todos, pues dependiendo de dónde vengan llegan en diferentes tiempos. Sin embargo, de que son caros son caros, al igual que la mayoría de los “productos del campo”. Se advierte que debemos comer cosas saludables como frutas y vegetales, pero honestamente hay muchos que sencillamente no pueden pagarlos. Entonces, ¿en qué quedamos?

Asumo yo que todo este círculo vicioso se deriva del poco interés que se ha prestado desde hace años al agro panameño y al manejo de los productos desde su salida del campo hasta su llegada al consumidor. Hoy, viendo que en ciudades con menos “tierra” que la nuestra se promueve la siembra de huertos urbanos en espacios minúsculos y que “los productores” se asocian con vecinos para que todos puedan disfrutar de productos frescos y de buena calidad me pregunto ¿no será que podríamos invertir un poco más en una educación integral para que mejore la calidad de vida de todos los panameños? Me muerdo la lengua pues si empiezo a hablar de eso…