No deja de asombrarme que las cosas más banales o insignificantes me llevan a revivir episodios enteros que alguna vez dejé archivados en el cajón de atrás de la memoria. Por ejemplo, el otro día me fui a comprar unas zapatillas de esas que parecen zapatos para llevarme en el famoso viaje a Nueva York. Las mías ya habían pasado a mejor vida, o más bien a peor estado, y cuando uno tiene en mente aplanar calle por más de seis horas al día lo único que importa es tener zapatos cómodos y aptos para la tarea. Si se ven medianamente decentes, pues mejor, y si no tienen cordones, son perfectos.

Cuando estaba pagando el muchacho que me atendió me ofreció unas medias y yo en el apuro le dije échalas. Cuando llegué a la casa me di cuenta de que eran de esos checheritos que apenas van del talón hasta los dedos del pie. Para qué fue eso. No bien saqué el bulto del cartucho que me teletransporté directo y sin escala a la casa de tía Isabel, de quien ya les he hablado alguna vez.

El caso es que las dichosas mediecitas me la recordaron tanto que pasé como media hora en la visita al pasado. Resulta que ella siempre se ponía estos “cubrededos” antes de calzar los zapatos. Eran color cremita como para que se disimularan y como son bastante pequeños no suelen asomarse por el escote del zapato. Son marca Ped, creo. Como no me queda claro si esa es la marca o el estilo, me toca hacer una somera investigación para comprobar que es la marca y que a lo que me refiero se llaman liners, en otras palabras “forros”.

Todo eso por unas mediecitas que me vendió el señor de las zapatillas. Pero ahí no termina la cosa. No señor. Los recuerdos llegaron hasta su cuarto, en el que el espejo de la peinadora siempre tenía algo escrito con lipstick -era como los post-it de los años 60– y al pequeño espacio adjunto donde vivía la máquina de coser que se mantenía bastante activa. En la pared las fotos familiares y me suena que también un sillón reclinable como los que le gustaban y aún les gustan a los señores de la casa.

Hay imágenes que parecen ser permanentes, como la de ella sentada en su banquito con un tobillo apoyado sobre la rodilla contraria poniéndose su Ped para luego calzar el zapato. Todo se hacía con un movimiento rápido gracias a la práctica, porque cuando yo me fui a poner las que compré, necesité más de un minuto para acomodarlas, por no decir varios. En mi casa nadie las usaba, así es que no aprendimos la técnica.

Para mí el misterio siempre fue descifrar qué lado iba para dónde (talón o dedos) pues se me hace que son bastante simétricos estos forros, sin embargo, a los modernos les han puesto una tirita de silicona en el lado que va para el talón lo cual ayuda mucho a los perdidos como yo.

Quién ha visto que un par de medias lo lleve a uno tan lejos. Porque, aunque no se los he contado, deambulando de cuarto en cuarto y de peinadora en peinadora llegué hasta aquellas sombras para ojos de mil colores que tenía mi mamá -aunque creo que no las usaba- en forma de pequeños lipsticks, material de sendas travesuras. Otro día les cuento.