Hace poco revisité varias de mis colecciones de productos impresos en los que, alguna vez, he participado. Fue una semana en que por distintas circunstancias todo se juntó. Gracias a la charla que les mencioné la semana pasada con los chicos de Smart Academy me fui al archivo de la revista En Exclusiva de Banco General, pues para ellos entrevisté a personas de distintas disciplinas, todas muy reconocidas en lo que hacían.

Me di cuenta de que el grupo era mucho más grande de lo que yo recordaba y les comento que no pude resistir el impulso de leer muchas de las piezas y, por supuesto, con cada lectura reviví la emoción de conversar con aquellos personajes tan interesantes. Estoy tentada a incluir aquí una pequeña lista, pero si hago eso, seguro alguien se me quedará por fuera y no quisiera que eso ocurriera.

Concluido el paseo por aquella revista, me traen unos pixvaes a casa con solicitud de una sopa. Tenía claro como el agua el recuerdo de aquella entrevista de mayo de 2003 con quien era, en aquellos días, el chef del Club Unión. El nombre del fascículo: La sopa nuestra de cada día. Al igual que me ocurrió con revista En Exclusiva, me quedé un buen rato ojeando revistas y encontré cosas que se me habían olvidado temporalmente. Es muy raro esto que a uno le ocurre con la memoria. De repente no te acuerdas de nada y un minuto después un sonido o un olor te trae una avalancha de recuerdos.

Para la revista Buenaventura también toqué puertas y, al igual que con las anteriores, cada persona que conocí sumó algo a mi vida. Así son las cosas, todo el que se cruza por nuestro camino deja algo de valor. Incluso quienes pensamos que no quisiéramos volver a ver. Ironías de la vida. Igual de irónico es el hecho de que a uno se le presentan oportunidades que, en el momento que asoman, uno no las entiende en su completa magnitud.

Pónganse a pensar que he compartido momentos con más de quinientos chefs importantes, estudiantes de cocina que años después empezaron a ganarse premios por todos lados, científicos, investigadores, criaturas inspiradoras, niños, adultos, viejos, mujeres, hombres, en fin, el inventario es enorme y viviré eternamente agradecida de haberlos conocido. Lo que nunca se me ocurrió mientras compartía tiempo con ellos fue tomarme una foto en su compañía.

No soy capaz en este momento de ofrecerles un motivo para esta falta. Quizás, como me iniciaba en aquel universo, pensaba que era demasiado atrevido pedir la dichosa foto, sobre todo porque yo no podía tomarla ni siquiera con mi celular porque la función de selfie ni existía a finales del siglo XX y pedirles a los fotógrafos que me acompañaban, por cuenta de quien me había contratado, no me parecía prudente. Eso lo digo ahora veintipico de años después de los hechos porque la realidad es que jamás se me ocurrió hasta hace un par de años.

Desde que la idea se me pasó por la mente hice una nota –que no siempre recuerdo– de empezar la colección de fotos con personajes que me toca conocer. Me ha ido regular pues como es un hábito que he intentado cultivar casi llegando a la tercera edad, no siempre lo tengo presente. Entonces, miren lo que vamos a hacer: si alguna vez me cruzo con alguno de ustedes recuérdeme que me quiero tomar una foto, sí con usted.