No es la primera vez que converso con ustedes sobre este tema, es más, creo que últimamente se ha vuelto recurrente. Supongo yo que es por aquello de que un gran número de los aparatos que usamos a diario para facilitarnos la vida vienen de fábrica con lo que se conoce como “obsolescencia programada o planificada”. Esto significa que los fabricantes le dan una vida útil a cada uno de sus productos mucho más corta de lo que nosotros los mortales del siglo XX estamos acostumbrados a experimentar.

Confirmando el término correcto antes de proceder con este artículo voy descubriendo que hay más de diez tipos de obsolescencia programada. ¡Qué sorpresa! Está la que ocurre porque al término de x o y años se dejan de fabricar piezas de repuesto; otra se da cuando una pieza específica deja de funcionar; ocurre también que el fabricante cancela todo tipo de soporte y/o actualizaciones; no dejemos por fuera que le cambian ligeramente el modelo para que la que tenemos luzca “anticuada” (¿les suena esto con televisiones, celulares y computadoras?). Ya incluso se promueven aquellos, que por tener tecnologías más modernas son más amables con el ambiente, es decir, ecológicos y la lista sigue, solo que yo dejé de leerla.

Yo todavía no me acostumbro a este sistema. Crecí con lavadoras y refrigeradoras que duraban quince y veinte años, y a veces más. La tele de la sala, a pesar de que ocupaba gran parte del espacio disponible, seguía viviendo allí hasta que los hijos se casaban y se iban de la casa y en ese momento se le regalaba a alguien porque “todavía andaba perfecto”.

Los mayorcitos vamos haciendo un esfuerzo por entender cómo va esto, pero el día que los chécheres se dañan en cadena ahí sí es verdad que perdemos la chaveta, especialmente cuando se nos dificulta encontrar quien los repare porque no hay que cegarse, los servicios técnicos en Panamá están “regu, regu”. Primero hay que conseguir uno que pueda venir antes de diez días, luego están los que cobran lo mismo que antes costaba reparar un artefacto solo por venirlo a ver y diagnosticar su muerte, siguen los que le cambian una pieza y luego dos y siguen por la tercera en un juego de adivinanzas que termina solo cuando la reparación nos ha costado lo mismo que reemplazar el moribundo por uno nuevo.

Este tema se me ha venido a la mente pues, estando de viaje, mi celular —que amo, valga la aclaración— de repente comenzó a piar como un pollito y, cuando digo piar, quiero decir cada segundo y medio. Simultáneamente el buscador de Internet se negaba a entenderse con el teclado por lo que buscar soluciones se tornó tan difícil que catorce horas después no habían llegado. Agarrada a mi terquedad innata seguí buscando y de repente me sale que “en algunos casos muy esporádicos puede ocurrir que cuando uno tiene un tarjetero pegado al celular y pone allí una tarjeta de crédito el chéchere empieza a pitar” ¡Eureka! Ayer en la tarde había guardado allí mi tarjeta para no salir con cartera, lo he hecho mil veces, pero como estoy lejos de casa al teléfono le pareció un buen momento para torturarme.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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