Hace poco leí un artículo sobre el actor Anthony Hopkins en el que se relataba las dificultades que había pasado como niño y adolescente debido a la dislexia que, en aquellos remotos años en que el asistía al colegio, casi nunca se diagnosticaba. Esa dificultad para cumplir con los deberes escolares lo convertía en motivo de burla entre sus compañeros y, como consecuencia, lo alejaba cada vez más del grupo.
El no compartía juegos en los recreos, no sabía como integrarse y, buscando cómo llenar esas horas, empezó a dibujar y más adelante a tocar un viejo piano que había en el plantel. Era bueno en ambas disciplinas, tanto que sus padres, a pesar de las limitaciones económicas, lograron comprarle un piano de segunda mano para que practicara en casa.
De su madre recibía apoyo constante y, con esa sabiduría que tienen las madres aun sin tener mucha educación académica, solía decirle “no tienes que ser igual al resto, ser diferente no es una debilidad, es tu fortaleza”. Y así resultó. El joven, en sus “soledades”, tenía tiempo para observar el mundo que discurría a su alrededor. Pero no solo veía el joven Anthony; sus observaciones iban más allá. Analizaba personalidades y situaciones hasta el punto de empezar a comprender las muchas “capas” que se encuentran en personas y grupos.
Hoy, todos conocemos a Anthony Hopkins como uno de los más importantes actores, debido, quizás, a que logra interpretar personajes muy complicados que logramos conocer en toda su extensión. Y, como si la dislexia fuera poco, más recientemente fue diagnosticado con Síndrome de Asperger, un desorden del espectro autista. Nuevamente, ha manifestado que más que ser un impedimento le ha ayudado en la interpretación de personajes complicados.
Ante esta realidad, me pregunto por qué tenemos la manía de criticar y muchas veces rechazar aquello que nos parece diferente. ¿Será que, ante lo que no entendemos el miedo se apodera de nosotros? Es posible. Los seres humanos no somos tan valientes como queremos hacer ver. Por ejemplo, hasta no hace mucho, un niño con Síndrome de Down ere motivo de trauma familiar.
Cuantos matrimonios no vimos disolverse por no entender que estos niños son diferentes, sí, más no imperfectos. Gracias a Dios hoy en día con todos los avances de las investigaciones científicas y, sobre todo, gracias a la comunicación positiva, no se les ponen límites a las personas con Síndrome de Down y, con la eliminación de las barreras sociales vigentes hasta no hace mucho, se les dan alas… y vuelan, vuelan lejos. Me gusta mucho más este mundo en el que el ser diferente no es barrera para nadie. Usar lentes está de moda y no te dicen “cuatro ojos” en la escuela, ser nerdo te pone a la cabeza de la clase y no en la esquina de los marginados, el cabello rizado es lo que se busca… en fin, parece que finalmente el mundo está comprendiendo que ser diferente puede ser una bendición.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
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