Ya me conocen. Saben muy bien que cuando un sentimiento se me arraiga en el alma tengo que compartirlo para evitar el riesgo de que haga implosión. En esta ocasión les hablaré de alguien que ya conocen, pues ha visitado las páginas de mi columna con anterioridad; de hecho, hizo su primera aparición siendo apenas una bebé. Espero que me alcance el espacio para esta historia. Es excepcional.

Camila Pía Sosa nació prematura, perdón, no prematura, prematurísima. Ver este pedacito de gente que prácticamente cabía en una mano, lleno de tubos, luchando como el mejor de los guerreros por quedarse en este mundo, era un espectáculo a la vez desgarrador y alentador. Ganó la vida y Camila llegó a su casa para mantenerse ocupada en toda suerte de terapias. Por meses, por años, pero ahí seguía la pelaíta, ¡luchando por ser mejor, por ser igual, por ser ella!

Pasó el tiempo y todos fuimos olvidando aquellas primeras luchas porque Camila iba a la escuela y, en general, hacía lo que otros niños de su edad, aunque en algún momento comenzó a destacarse por su generosidad y capacidad de trabajo. En el programa TECHO su nombre es bien conocido. Trabaja, coordina, sobresale. Basta ver las entradas que aparecen los fines de semana en sus redes sociales. Pero un día, sin mucho aviso, a Camila la embargó una tristeza muy grande, tan grande que apenas podía levantarse de la cama para ir al colegio. Razones no había, aparentes por lo menos.

Pertenece a una familia donde hay amor y entrega, puede ir a una buena escuela, había superado gran parte de sus dificultades iniciales, no está sola en el mundo. Sin embargo, nada parecía tener valor. El mundo perdió para ella los colores y todo era oscuro y gris.

Luego de mucho hurgar, finalmente recibió un diagnóstico: Camila sufre de trastorno bipolar.Una enfermedad mental que ocasiona cambios de humor radicales e inexplicables. La persona pasa de un estado mágico a uno depresivo, sin más ni más. Hay medicamentos, sí, pero como suele suceder, muchas veces es un asunto de prueba y error hasta que se encuentra un balance funcional.Camila aceptó su condición, la enfrentó con valentía y un día decidió que su responsabilidad era compartir sus experiencias, así quizás otros jóvenes -y no tan jóvenes también-, podrían perder el miedo a reconocer que están enfermos y que su mal no es contagioso, pero es severo y hay que tratarlo.

Hace poco me encontré en su Facebook una charla que dio en su colegio sobre el tema. Se las recomiendo. Mientras escuchaba su testimonio, el cual entregó con total candidez, aplomo y la certeza de que estaba haciendo lo correcto, pasaba por mi mente la película de la niña que cabía en una mano.

La vi ahora tan madura a pesar de su corta edad, tan dispuesta a mostrar su alma para que otros salgan de la penumbra, que me emocioné. Con esas emociones buenas que arrancan lágrimas, pero de alegría.

Ahora ha iniciado un movimiento al que ha bautizado como “It’s ok not to be ok” (Está bien no estar bien), porque a raíz de su charla le comenzaron a escribir y estos testimonios la motivaron aún más. Síganla, ayúdenla en su labor, inspírense. Con rescatar a una persona es suficiente. Si son más, mucho mejor.