Este mes (enero de 2011) vio la luz el libro de Amy Chua, Battle Hymn of theTiger Mother , en el que ella narra la forma que ella, como madre de ascendencia china, utilizó para criar a sus dos hijas Sophia y Louisa (Lulu). Salir el libro y generarse todo un movimiento a favor o en contra de los métodos descritos por Chua fueron una sola cosa. Amy es profesora en la Escuela de Derecho de la Universidad de Yale y ha declarado en varias ocasiones que no pretende que su libro sea un manual para la crianza de los hijos sino más bien un relato de lo que ella personalmente hizo.

Sin embargo, es casi imposible desnudarse ante el público lector y de alguna forma defender la metodología en cuestión sin pisar algunos callos, en este caso los de los padres helicópteros de quienes ya alguna vez hablé. Según Chua, las madres chinas son muy estrictas y exigen de sus hijos compromisos enormes en lo que respecta al aspecto académico de la vida. Para ellas estudiar no es opcional, es obligatorio y estudiar significa prepararse para sacar solamente A. Cualquier nota menos que perfecta es inaceptable.

A la rutina de estudios académicos se añaden otras que se consideran importantes como perfeccionar el arte de tocar algún instrumento musical. Ver televisión no es aceptable, como tampoco lo es salir con los amigos en días de semana o tener novio antes de cierta edad.

Los helicópteros, por su parte, son aquellos que se preocupan más por el bienestar constante de sus hijos. Quieren que les vaya bien en la escuela –pero que no sufran por favor, y si eso implica torturar a los profesores pues torturémoslos- quieren que los muchachos sean felices, pero creen que obtendrán la susodicha felicidad si ellos –los padres- les resuelven todo.

Pero bueno, toda esta información la encuentran en la Internet y ahora en todos los periódicos y revistas norteamericanos –escritas, radiales y televisadas- pues en estos días no se habla de otra cosa. El debate está divertidísimo. Están los que condenan a Amy Chua y la etiquetan como “abusadora” de menores y están los que piensan que la metodología es buena para crear músculo emocional en los jóvenes.

Las odiosas comparaciones acaparan los programas de opinión. Que si las mamás chinas son mejores que las estadounidenses, que si educar a los niños con tantas restricciones les coarta su creatividad, lo cual es malísimo ahora que todo el mundo debe volar libre. ¡Qué sé yo! Lo que me asombra es que no he escuchado muchas voces abogar a favor del balance, que pienso es una fórmula más apropiada para esta monumental tarea de entregar al mundo gente que sirva para algo.

Ante la situación me alegro mucho de que mis hijos ya sean todos adultos y no tenga yo que decidirme por una u otra metodología, pero si me preocupan los marcados vaivenes que hemos visto en los últimos años en la crianza. Y digo que me preocupa porque son “ires y venires” de un extremo a otro. Un poco como cuando cambia el gobierno y resulta que absolutamente todo lo que hizo el anterior hay que tirarlo a la basura.

La educación de los niños debe ser un proceso más estable, menos extremista, más balanceado. Pero no… eso es mucho pedir porque hay que vender libros y hay que producir programas de televisión y hay que inventar nuevas carreras para enseñar a los padres cómo deben manejar a sus niños. Algo que por generaciones la raza humana supo como hacer gracias al instinto que todos los animales tenemos de preservar la descendencia.