Sé que les prometí que no iba a escribir sobre la pandemia porque gente que haga eso sobra; sin embargo, como esta es un poco la historia de mi vida, no puedo saltarme un capítulo entero solo porque sí. Y debo reconocer que si uno tiene 5 meses guardado, una que otra cosa habré descubierto mientras me muevo en el relativo silencio y la relativa soledad del encierro.

En mi caso ambos son relativos pues comparto casa con mi esposo y una de mis hijas así es que soledad completa, como quien dice completa, no hay. El mismo escenario se aplica al silencio. En términos generales estoy catalogada como una persona sociable y hablantina. Es cierto, me gusta la gente y si me dan permiso hablo lo que puedo, pero les comento que a la vez me fas-ci-na tener tiempo solo para mí y puedo pasarme mucho tiempo acompañada únicamente por mis pensamientos.

No es por echarme flores, pero creo que es una virtud, especialmente en momentos como el que vive la humanidad actualmente y que requieren de mucho control personal para no desesperar. Agradezco pues, que en tiempos de pandemia he reconfirmado que no existe mejor compañero para el camino que uno mismo. Allí es donde encontraremos compañía, consuelo, fortaleza, ilusión, esperanza, lágrimas y risas, sin menospreciar la bendición de compartir con quienes les acabo de mencionar.

Y digo que uno es la mejor compañía porque lo cierto es que las terceras personas que ocupan espacio en nuestra existencia tienen sus propias necesidades y deben ocuparse de ellas. Es lo correcto. Cada uno debe buscar la forma de nutrir su yo interior. Es importante, pues uno nunca sabe cuando tendrá que echar mano de ese recurso.

En general la vida nos mantiene ocupados y hace mucho ruido. Ruido silencioso a veces, pero ruido al fin y al cabo. Ese que nos impide pensar. Y uno se deja llevar. Llena la agenda de tareas que pocas veces incluyen atender el yo y se va perdiendo el músculo emocional y se van cerrando las puertas que conducen al poderoso subconsciente y sin darnos cuenta, ahí sí es verdad que nos vamos quedando solos dentro del mundanal ruido.

Me ha hecho mucha falta la presencia física de mi familia. Para qué mentirles. Ese ‘revulú’ de hijos y nietos es maravilloso y, claro que hay días en que extraño un almuercito con las amigas de esos en la casa en los que uno se quita los zapatos a las tres de la tarde, pero yo sé que esa distancia es solo física y la amistad y el cariño permanecerán. Y es gracias a la dichosa pandemia que se reafirman conceptos básicos de la existencia ─muchos de ellos contradictorios─ como que el ser humano fue creado para vivir en sociedad pero debe ser capaz de sobrevivir en solitario.

Se reafirma también que es muy poco lo que se necesita para vivir en paz. Alimento físico y espiritual y vámonos. Agradezco tener ambos. ¡Qué afortunada! Aprovecho para recordarles que levantarse cada mañana y dar gracias por las bendiciones es el camino más directo a la felicidad. No equivoquen la ruta, ahora que el ruido ha bajado el volumen y los obstáculos están del otro lado de la puerta es un buen momento para pintar la ruta y no perderla jamás. ¡Buen camino!