Seguramente muchos de ustedes recuerdan la muy famosa canción de Simon & Garfunkel, ese maravilloso dúo que nos hechizó con su música a mediados del siglo pasado. No pasa de moda jamás y cada vez que la escucho recuerdo lo mucho que amo “el sonido del silencio”. Alguna vez les comentado sobre los retiros ignacianos que tanto me gustan y durante los cuales debemos guardar silencio para darle cabida a los propios pensamientos y reflexiones.
Aunque me gusta la gente, amo la soledad y cuando paso mucho tiempo alejada de ella la extraño. Por ejemplo, en el dichoso viaje a Lovero —con el que los tengo atormentados— descubrí otra faceta de ese lugar de paz del que les hablo: el silencio sin silencio. Claro, tenía a mi marido para conversar, compartir y salir a deambular por los cerros, pero a nuestro alrededor reinaba el silencio más esplendoroso que se puedan imaginar.
Si acaso pasaba un auto, lo hacía lo suficientemente lejos como para que no lo escucháramos. Es más, ni siquiera la maquinaria agrícola que entraba y salía de los sembradíos cercanos parecía perturbar nuestra paz. Y cada pueblo semi desierto que inspeccionábamos, —mejor dicho, desierto y medio— nos mostraba esa cara misteriosa que tienen las piedras antiguas que parecen contar su historia y la de sus residentes muy quedito, casi como un suspiro que solo escuchamos aquellos que hemos aprendido a penetrar en el alma misma del silencio.
Es precioso el silencio; es un regalo que pocas veces apreciamos, pues la vida nos enreda y nos lleva por las mechas y a balazo por senderos que, una vez recorridos, ni siquiera logramos recordar, pues no ofrecieron ni una gota de paz. ¡Ay, la paz! Solíamos mantener una buena relación con ella, pero se aleja cada vez más y ni siquiera nos damos cuenta. Hay mucho ruido.
La hermosa canción que les mencioné al principio de este texto resuena en mi mente como el primer día que la escuché “Hello darkness my old friend” (un saludo para la oscuridad, vieja amiga) y no puedo resistir la tentación de ponerla sonar en mi computadora. La guitarra acompaña perfectamente a ese silencio sin silencio, en una conjunción perfecta de voces y notas voladoras. Al fondo los gritos de los fanáticos que sienten que estos dos pelaítos les están tocando el alma, que están contando su historia. ¿Alguna vez les ha ocurrido que una canción cuenta su propia historia? Que le lleva de la mano desde el dolor hasta la alegría, o viceversa.
Hay muchas personas que no entienden el concepto de trabajar fuera de una oficina porque les hace falta la gente, el ir y venir de personajes y yo alguna vez lo disfruté mucho y tengo buenos recuerdos de aquellos días, pero no cambiaría el rincón —muy revuelto, por cierto— que tengo en mi casa desde donde puedo escuchar, mientras trabajo, el más espectacular sonido del silencio. De allí, de ese silencio, salen muchos de los artículos que comparto con ustedes. Otros, como es normal, del escándalo del universo.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
* Suscríbete aquí al newsletter de tu revista Ellas y recíbelo todos los viernes.

