Yo, que tengo un pobre sentido del olfato, aprecio mucho cuando algo me huele, aunque sea mal. Aunque aclaro que más cosas sin olor me huelen mal que aquellas que despiden algún tipo de aroma. Ya saben.
Sin embargo, he notado que, por ejemplo, casi siempre puedo percibir el olor muy particular que vive en las casas, especialmente las viejas. Es interesante, pues mi papá que tenía un olfato comparable al del elefante africano, detestaba el olor a viejo. A el no le gustaban los hoteles esos tradicionales y rimbombantes pues decía que olían a viejo. Yo no entendía sus comentarios pues a mi no me olían a nada, excepto, quizás al aromatizador que ponían en los cuartos, cosa que a él también le molestaba.
Pero con las casas, aunque quizás el término hogar sería más correcto, el asunto cambia. Yo entro a una casa, aunque esté vacía, y, solo por su olor, casi puedo ver todo lo que solía ocurrir allí. Me imagino a la gente moviéndose por los rincones, la cocina andando, entiendo que en los servicios sanitarios colgaban del borde esas pastillas de colores que con cada baño de agua compartían su aroma, quizás había un perro y una máquina de coser. Concluyo que me fascinan las casas viejas de cualquier tipo. Residencias, apartamentos, casas de campo, las pequeñas, las grandes, las feas, las bonitas, las de piedra, las de quincha, las que son una ruina, la que sea y hasta siento que me gustaría vivir en ellas.
Lo gracioso es que a veces yo misma me sorprendo tanto de mi capacidad, rarísima, de percibir olores viejos, como de mi deseo de habitar aquellos destinos, también viejos. Llámenme loca, pero es que me da la impresión de que en esos lugares siempre hay alguien que hace compañía. No hablo de fantasmas ni esas cosas sobrenaturales, solo la vida que las paredes absorbieron y que de alguna forma transmiten, solo por estar allí.
En mi caso, además, es una ironía pues los espacios cerrados, especialmente los viejos, me dan una alergia espantosa y no bien pongo pie en ellos la nariz activa una sesión interminable de estornudos. Explíquenme ustedes cómo funciona esto. Creo que soy rara.
Y cuando voy a los países viejos, a esos que empezaron a tener vida hace varios siglos, y deambulo por las estrechas callejuelas y veo las edificaciones imperecederas resistiendo el paso del tiempo, sus enormes piedras sosteniéndose con cal y canto o mortero de barro no puedo controlar el impulso de asomarme por las rendijas y, si estas son lo suficientemente amplias, colarme a ver qué herramienta gastada dejaron sus antiguos dueños en una esquina. Son frías y en muchos casos lúgubres gracias a los pequeños ventanucos que más que ventilar impedían el paso del frío, pero siempre me quiero quedar en una.
Dicho está pues, tengo olfato selectivo, no puedo catar un vino como Dios manda, pero logro descifrar vidas enteras con solo poner pie en una casa vieja. ¿Cómo lo explico?
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