Mientras empiezo a escribir este texto, delibero mentalmente cómo debo escribir el término MalaMadre. No estoy segura de si debo usar dos palabras, pues en el RAE no existe como una sola, mas si se busca por la botánica muchos lo usan como una sola para nombrar a esa planta divina que “bota” sus hijos a su alrededor colgando de finos tentáculos hasta formar un conglomerado verdaderamente hermoso.            En la búsqueda encuentro que aparece escrito así como está aquí, con la Madre en mayúscula a medio camino. ¡Vaya usted a saber quién se lo inventó!

Pero me pareció apropiado eso de poner Madre con letra importante. Aparte de las deliberaciones mecánicas, el tema de hoy no tiene nada que ver con gramática ni ortografía, sino con el arte de ser una mala madre. Ese que consiste en parir a los pelaítos, alimentarlos con la propia savia y luego dejarlos defenderse solos. Es un arte que se está perdiendo.

Las MalasMadres han sido opacadas y reemplazadas por las madres helicóptero, y no tanto por las helicóptero, pues esas solo andan revoloteando alrededor de los hijos y fregándole la paciencia a todo el que osa afligirlos -aunque sea mínimamente- sino por las que físicamente hacen todo por ellos.

Como no estoy al día con lo último en psicología, pues pienso que a mis nietos los deben criar mis hijos y no yo, tengo que hacer algo de investigación para dar con el nombre con que ha sido bautizada la siguiente generación de padres insoportables. Aparentemente se les conoce como padres “pala de nieve”.

Explico, porque aquí no tenemos nieve: significa que estos padres, además de estar pendientes hasta del ultimísimo detalle de la vida de sus hijos, están atentos para remover de su camino cualquier inconveniente, dificultad o dolor de muelas que pueda interferir con su éxito futuro. Tienen que ser “los mejores” en todo, y cuando no lo son siempre es responsabilidad de alguien más. Del niño, nunca.

Entonces, resulta que estos niños en el largo plazo son de los que prefieren renunciar antes de arriesgarse a no ser los primeros, sufren de mucho estrés -igual que los hijos de los padres helicóptero- y no sé qué harán cuando se incorporen a la fuerza laboral. ¿La mamá se sentará junto al niño y el jefe el día de la evaluación para asegurarse de que le pongan el mayor puntaje y le den el mayor aumento? No lo veo. Porque el mundo laboral de hoy en día no es misericordioso.

Yo, personalmente, pertenecí siempre -y sigo siendo miembro honorario- del Club MalaMadre. Puede que incluso lo haya presidido. En este colectivo las mujeres dejamos que los chicos se estrellen cuando no hacen lo que se espera de ellos; se les orienta con las tareas pero no se les hacen; se les asigna la responsabilidad por sus malas notas; se les cuenta dónde queda el lugar donde pueden llevar a revisar los autos, pero no se les hace el mandado y, de ser posible, se les enseña cómo cambiar una llanta flat y “jompear” una batería muerta. Digo de ser posible ya que cada vez se flatean menos y La Casa de las Baterías con sus motorizados “jompea” más rápido que uno mismo, valga la propaganda.

En casos extremos se les “presta” dinero para resolver alguna emergencia y se espera que lo paguen de vuelta; y al menos cinco veces al día se les contesta no ante una petición descabellada. Aclaro, los queremos mucho y hacemos mucho por ellos, como hornearles su dulce favorito para el cumpleaños u otros detalles, pero vivir por ellos: jamás.