La vida nos lleva tropezados, no hay duda. Solo llegar de un lugar a otro es una hazaña. El tráfico nos vuelve locos, hay cero cortesía en el manejo y lo que podría ser una circulación fluida se convierte en una cadena de pasos cerrados por aquellos conductores que piensan que si “se tiran” aunque no puedan seguir llegarán antes a su destino y lo único que ocasionan son tranques monumentales.
Pero, en realidad no es del tráfico que quiero hablarles hoy sino de nuestra rutina diaria que ya prácticamente no incluye un solo momento para “estar”. Para reposar la mente y pensar. Se que esta frase sonará como una contradicción pues si estamos pensando no estamos descansando la mente, pero me refiero a pensar en temas distintos a la agenda diaria, semanal o mensual, distintos a la reunión que tenemos al final del día, distintos a la cita con el dentista.
Por ejemplo, mis abuelas a diario se sentaban en su silla favorita con una caja llena de estampitas y un rosario y rezaban, ya fuera una novena que llevaban adelantada o una oración que les gustaba mucho o cincuenta avemarías salpicadas de padrenuestros, seguramente ofreciendo aquel rato por alguien o “álguienes” muy queridos para ellas. Todo ese rato ellas “estaban”.
Es importante que esos “estares” no sean interrumpidos por llamadas telefónicas ni por gente pidiendo instrucciones ni por pensamientos necios que insisten en meterse donde no se les ha llamado. Les comento que durante el viaje que acabamos de concluir mi esposo y yo, y con el que los he torturado por varias semanas, experimentamos por dos semanas la maravilla de “estar”.
Estar solos sin plan alguno, como ya les he comentado, con suficiente paz para llenar los espacios con conversaciones trascendentales que podían discurrir de principio a fin —como debe ser, pero casi nunca es—, sin atormentarnos con preparar una comida en regla como hacemos a diario en casa, disfrutando juntos del espectáculo que nos ofrecía la naturaleza del lugar propiciaba que afloraran los sentimientos que existen, pero que a veces quedan arrinconados entre las tareas diarias.
Cada vez que voy a un retiro ignaciano en el que tengo que guardar silencio total por todo el rato que dura la vivencia, y que a veces son varios días, puedo practicar el arte de estar. Es por eso por lo que me gustan tanto. Disfruto enormemente la soledad del silencio. Y hablo de soledad en el buen sentido de la palabra. No de esa soledad que trae tristeza y sentido de abandono. Esa en realidad no la conozco. Soy amiga de la soledad de tener espacio. En inglés hay dos palabras que generalmente se traducen como soledad, loneliness y solitude, el primero describe la soledad como una sensación triste, por ponerle un adjetivo, mientras que el segundo se refiere sentirse bien con uno mismo en un ambiente aislado. El término solitud existe en español y aunque ha caído en desuso, cada vez se trae a colación con el significado descrito.
Y es precisamente a eso a lo que me refiero, a “estar en solitud”, se los recomiendo. Es una delicia.
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