El año pasado -2018- cuando me despedí de Roxy con la promesa incondicional de que mi primer artículo del año 2019 estaría en sus manos a tiempo. Ella me respondió que tendríamos un corto receso, algo, por cierto, inaudito en el universo de la revista Ellas donde se trabaja día y noche, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Son unas hormiguitas incansables que desde quién sabe hace cuántos años nos regalan un producto lleno de contenido interesante.

Les confieso que dentro de todo me alegró la noticia, pues desde hace meses mi familia (mi esposo, mis hijos y nietos) veníamos planeando pasar Navidades en Seattle, donde vive parte de la tropa, por aquello de que los chiquillos vieran la nieve, requirieran de muchas capas de abrigo para salir a la calle y, en general, tuvieran la experiencia del frío en esta época del año. Aclaro que en Seattle no suele caer nieve, así es que para eso tuvimos que movilizarnos hacia las montañas cercanas, pero es una manejada relativamente corta y los paisajes son bellos, así es que valió la pena.

La verdad es que viajamos con un gusanito en el estómago, pues no sabíamos cómo iba a resultar aquello de tener 18 almas viviendo en la misma casa, pero les cuento que no hubo ningún problema. Luego de organizado el horario de uso de las regaderas y creado el flujograma de circulación en la cocina para que todos los papás y mamás pudieran preparar los correspondientes desayunos para sus vástagos, sin estrellarse unos con otros, los días transcurrieron fabulosamente, hasta la foto de grupo del 24 ocurrió sin percances y no hubo caras raras.

Ha sido una excelente oportunidad para que los primos que están lejos conectaran unos con otros y los que se fueron antes informaran estar extrañando a los que se quedaron algunos días más. El tiempo pues… tiempo de invierno. Algunos días lluviosos -varios- y otros no tanto, todos fríos, pero para eso vinimos bien apertrechados, así es que una vez que perfeccionamos el arte de no perder guantes y gorros, por la ciudad paseamos de lo lindo sin percances.

Algunos del grupo visitaban la ciudad por primera vez, así es que tratamos de que pudieran visitar todos los destinos importantes como la planta de aviones Boeing, el Pike Market y demás rincones de interés. Un poco la ruta turística, pero por algo son populares estos destinos y si uno los intercala con rincones comunes de los residentes locales, el asunto no se siente tan “turistraposo”.

Compras, se hicieron algunas pero casi nada, pues con esas maletas que de por sí llegaron a punto de explotar con tanta ropa de invierno, no quedaba mucho espacio para gastar dinero. Creo que más bien gastamos en supermercado, pues la alimentación de esta tropa… no les cuento. Dejé de contar unidades de huevo, leche y pan al tercer día, pues solo de pensar que llegarías a totales inauditos me dio susto.

Lo que nunca pudimos controlar fue el desorden de las 10:00 a.m. Ese que se iba formando a partir de las 5:30 – 6:00 a.m., hora en que se despertaban los primeros críos y la hora en que debíamos partir para el inicio de las aventuras del día. Lo bueno es que una vez retirados zapatos y abrigos de la entrada de la casa, todo parecía volver a la normalidad.

Ya estamos recogiendo y empacando. Se acaban las vacaciones y nos espera el trabajo de siempre. La suerte que tenemos es que nos gusta. ¡Feliz año a todos!