La palabra sueño es una que se usa con frecuencia y la cual el Diccionario de la Real academia española en su quinta definición describe como “Cosa que carece de realidad o fundamento, y, en especial, proyecto, deseo, esperanza sin probabilidad de realizarse”. Esto de “sin probabilidad de realizarse” no me hace feliz, pero cuando leo los sinónimos que listan ya me contento un poco. Allí aparecen: proyecto, anhelo, deseo, aspiración, ensueño. Seamos realistas un sueño suele ser, en muchas ocasiones el principio de un gran proyecto.
Hace muchos años una gran amiga, italiana por supuesto, me mostró la foto de una cabaña de montaña que su hermana tenía —y tiene, gracias a Dios— encaramada en los cerros del norte de Italia. Desde que la vi fue amor a primera vista y con frecuencia repetía a mi marido que algún día me encantaría pasar tiempo allí. Pero… pasó el tiempo y pasó el tiempo y el proyecto nunca cuajaba, se quedaba en el “sin probabilidad de realizarse”. Pero en esta vida hay que ser insistente, por no decir necio, y hace unos meses pensando en que ya se acercaba mi 70 cumpleaños le dije a Fábrega: sabes, lo que quiero hacer para mi cumpleaños es pasarme dos semanas en Lovero —localidad de la citada cabaña— sin plan alguno. Sin catedrales ni museos ni restaurantes fufurufos ni nada de eso. Solo estar. No lo pensó. Automáticamente, me dijo: “me parece”.
Y bueno, averiguamos disponibilidad del destino, sobre formas de llegar y ya pues. Más nada. Había que ser fiel a la promesa inicial de “sin planes”. A ver, leí sobre el área, que básicamente consiste en las imponentes montañas de los Alpes italianos salpicadas con decenas de pueblos, aldeas, caseríos y localidades incrustados todos en las susodichas montañas. Para caminar hay senderos para escoger y desde el primer día nos dimos a la tarea de conocerlos.
El sendero de los castillos, el sendero de las iglesias, el Camino Mariano de los Alpes (un peregrinaje cuya existencia descubrí un par de días luego de haber llegado y el cual he puesto en mi lista de pendientes), no faltan los senderos para ciclistas que son mis héroe pues remontan aquellos empinados cerros a punta de pedalear y hasta lucen felices. No me explico. Nosotros mientras tanto vamos a velocidad disfrute, respirando el aire puro que circula entre los hermosos manzanares que están por todos lados.
En Lovero viven apenas unas seiscientas personas por lo que el ruido y el alboroto no rondan por estos lares. La casa está ligeramente retirada de la calle así es que ni los carros que pasan se sienten en el balconcito donde nos sentamos cada tarde a comer cualquier cosa que se nos antoje mirando hacia la torre de una pequeña iglesia que nos queda a cincuenta metros, aunque como la mayoría está abandonada. No nos importa, la vista es deliciosa.
Creo que voy a tener que ocuparlos por varias semanas con las historias de este rincón de Lombardía pues, como ven, ya se acabó el espacio y no he ni empezado. ¡Saludos!
Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
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