Amigos, los he extrañado mucho. La repentina (o no tan repentina) llegada del Covid-19 nos puso a todos la vida de cabeza y la revista Ellas no fue la excepción. Su edición impresa ha dejado de circular por razones más que obvias y, por lo tanto, nosotros, los colaboradores habituales quedamos encerrados en el mundo de nuestros propios pensamientos, esos que nos visitan pero no llegamos jamás a compartir con ustedes.
Quizás para algunos esto no tenga importancia alguna frente al resto de las dificultades que todos debemos enfrentar día con día. Lo que antes era el pan y la mantequilla, lo que hacíamos de forma casi automática y sin pensarlo mucho, ahora es una tarea de marca mayor.
Hay que buscar la forma de lograr que las cosas lleguen a casa teniendo el menor contacto posible con el mundo exterior. En mi caso, confieso, he sido muy exitosa y desde la noche del 14 de marzo ─cuando regresamos de nuestra aventura al volcán Barú─ no hemos visto más allá de la puerta de la casa (apartamento en nuestro caso). Le hablo hoy 9 de mayo. Saquen la cuenta. Somos de los afortunados, no cabe duda, pues no hemos tenido ninguna emergencia y lo que hemos necesitado lo hemos podido conseguir a domicilio. No es el caso de la mayoría de los panameños. Pienso en ellos constantemente.
Tan pronto fui informada de la cancelación temporal de la edición impresa de Ellas decidí seguir escribiendo mis textos pues no puedo vivir sin ellos. Me cuesta mucho procesar mis sentimientos sin esta página en blanco en que los pongo, los quito, los cambio, los elimino y al final, lo que queda, lo comparto con ustedes. Ya lo saben Del diario de mamá es mi psicólogo, mi psiquiatra, mi consejero espiritual, mi amigo/a, mi memoria histórica, en fin, es una especie de todo en uno que necesito tanto como mi mano derecha o mi pie izquierdo.
Parte del encierro, quizás la parte más difícil es la ausencia de los seres queridos. Es no poder ver a mis nietos los domingos ─o cualquier otro día que se me antojase─, visitar a mi mamá, igualmente con la frecuencia que el cuerpo me pidiera o cuando ella reclamara alguna ayuda, viajar a visitar a mis nietos en el extranjero (que quién sabe cuándo podrá volver a ocurrir), no sé, eso que es lo contrario del distanciamiento social. Si a eso le sumo la ausencia de este espacio, la cosa se pone color de hormiga.
Pensando en esto de la ausencia de contacto físico, vuelvo por fuerza a los meses de la quimioterapia en que, por recomendación médica, se eliminaron besos, abrazos, apretones de mano, la paz en la misa y cualquier otra demostración física de aprecio por aquello de que las defensas suelen estar bajas y no hay que abrirle al puerta a contagios de ningún tipo. Al recordar aquellos meses por fuerza recuerdo también que no fueron eternos, al igual que el Covid-19 no lo será si nos portamos bien. Si TODOS nos portamos bien.
Ante el aviso de que no se veía todavía fecha para la impresión de la revista me atreví a preguntar si recibirían mis colaboraciones Ad honorem. El 2020 es el año 25 de esta columna y no creo prudente dejar que un bichito microscópico se interponga entre esta meta y yo. Ahora que lo digo en voz alta me parece que fue ayer que celebramos los 20, pero así se pasa la vida, tan rápido como a ella le da la gana.
La buena noticia es que se han borrado las limitaciones de espacio que imponía el papel así es que puedo volver a contarles historias tan largas como las que alguna vez compartí durante los primeros años en que la página daba para setecientas cincuenta palabras o más. ¡Prepárense que ahora los cuentos serán laaaaarrrgoooss! Como les comenté tenía ya un par de textos guardados, pero luego de mucha deliberación opté por escribir este como a modo de introducción y ya de ahí en adelante pues seguir con el ‘Chicheme con cuchara’ y otras locuritas que tengo por ahí.
Además, prometo ─y espero poder cumplir esta promesa aunque uno nunca sabe─ poder compartir con ustedes temas ajenos a la epidemia que nos aqueja solo como para distraernos un rato de aquello que se escucha, se mira y se siente veinticuatro horas al día. Voy despacito pues ustedes saben que las cosas siempre se dañan en el momento más inoportuno. Lo confirmo pues durante mi encierro se dañó el congelador, la computadora principal se fue de vacaciones por varios días, el hub con que manejo los discos duros de almacenamiento y respaldo se fue detrás de la computadora ─y por un momento me dio una especie de ahogo pues pensé que dichos discos se habían unido al paseo─. Espero que eso sea todos lo que se distancie de mí, pero uno nunca sabe.
Bueno, los dejo por el momento para no aburrirlos. Espero poder acompañarlos la próxima semana y la de más arriba y la que viene después. Estoy feliz de haber vuelto a casa. ¡Gracias Ellas!