Empezando el siglo XXI comencé a trabajar en los programas de servicio social del colegio al que asistían algunos de mis hijos. Fue algo que surgió de repente y confieso que nos tocó aprender sobre la marcha porque nunca se había hecho nada parecido en dicho plantel. Más adelante, cooperé en la organización de campamentos de otra escuela, pero en esa eran expertas, así es que solo manos necesitaban para ejecutar sus proyectos.

Bueno, el caso es que estuve 10 años metida de cabeza en el programa, pero luego de pasados, no sé, seis o siete años de la graduación del hijo que me quedaba en el colegio, decidí retirarme. Siempre es conveniente que haya un relevo generacional y el programa ha continuado y se ha enriquecido gracias al nuevo equipo que hoy en día se encarga del mismo.

Hace como unas tres semanas, revoloteando en alguna caja, me encontré dos tarjetas que realmente me conmovieron. Fueron escritas por dos alumnos del primer campamento formal de servicio social. Cuando me topé con aquellos documentos en una letra -sin ofensa- más fea que la mía y palabras que llegan al alma, no pude menos que ponerme nostálgica.

Llamé a mi compañera de chilingui en aquellos días, es decir, la que se levantaba de la cama antes de las tres de la madrugada para que pudiéramos estar cruzando el puente de las Américas a más tardar a las 3:15 a.m., para que pudiéramos estar en Santiago pasadita las 6:00 a.m. para echarle algo al buche rapidito y continuar hacia los cerros de Veraguas, a ver posibles localidades para los campamentos. Una vez establecidos los mismos, viajábamos a inspeccionar que todo ocurriera como se había planeado, que los trabajos estuvieran adelantados, en fin, que la cosa caminara. La llamé para decirle que me había dado una cosa… como que extrañaba esas aventuras y que tenía ganas de llamar al colegio a ver si me invitaban “de oyente” a cualquiera de sus giras.

Pues bien, no me han de creer que una semana después del incidente voy a una boda y qué creen, en la iglesia, en la misma banca que yo estaba, se va sentando el personaje que ahora se encarga de todas las vueltas. Claro, tuve que contarle la historia, pues de muda jamás he pecado y además, me ahorraba la llamada por teléfono. ¿Qué creen? Que le pareció buena idea. Pero… estábamos en una boda, luego nos íbamos a bailar y a acostarnos tarde. No me hubiera parecido nada extraño que olvidara mi petición.

Pero, ¿qué creen? No la olvidó y un par de días después, me escriben del colegio para invitarme a la próxima gira. ¡Qué emoción! Ocurrirá en un par de días (bueno un par de días después que escribo esto y seguramente antes de que se publique) y ya estoy como niña chiquita esperando fiesta de cumpleaños.

Será probablemente un día de lodos y caminatas, pues ya empezaron las lluvias, gracias a Dios, porque la sequía nos tenía locos a todos. Será un día largo de cuentos y más cuentos, de largas hojas con anotaciones, de primeros encuentros y para mí de recuerdos que se mantienen guardados en un lugar muy especial de mi corazón, pues aunque han transcurrido un montón de años desde mi retiro, todavía tengo muy claro cada detalle, cada alumno, cada proyecto. Ya veremos qué sale de esto.