Sabemos que el idioma español o castellano, como prefiera, —entiendo las sutilezas entre usar uno u otro, pero no son el tema de este artículo— es, no digo rico, riquísimo en vocabulario. No solo existen palabras que nombran una cosa, persona, lugar, acción, momento, etc., hay un cúmulo de vocablos para cada uno pues así, al comunicarnos, podemos expresar las minúsculas variantes en el concepto que deseamos describir.
Sin embargo, últimamente me ha ocurrido que hay ciertos sentimientos que no caben en las palabras. No se si me entienden: yo puedo decir “te quiero mucho, muchísimo, un montón, hasta la luna” u otra de esas nuevas frases que todo el mundo repite, y que a mí particularmente no me gustan, pero ¿qué pasa si lo que uno está sintiendo es más grande, más profundo, más intenso, más sublime, más todo que los adjetivos mencionados?
¿Qué pasa si cuando califico el amor que estoy sintiendo me ocurre que siento que hay una parte que se queda por fuera? Una parte que no cupo en la palabra. Es difícil de explicar, pero ocurre. Entonces, ocurre también que en dicha instancia uno empieza a tratar de encontrar el camino correcto para llegar al núcleo del sentimiento que desea expresar y, aunque a veces se logra, hay un cúmulo de ocasiones en que sencillamente no se alcanza.
Supongo que los poetas y su combo manejan herramientas que yo no he aprendido a perfeccionar, pues está claro que hay poemas que al leerlos nos llevan a sentir en carne propia lo que el autor sentía brotar de su alma al momento de escribir el texto. No todos lo logran, pero los hay. La Mamadre de Neruda siempre me ha estremecido. No sabría cuál de todos los versos es el que despierta en mí exactamente el sentimiento que el llevaba dentro al escribirlo, pero “porque apenas/ abrí el entendimiento/ vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro” me transporta a la humilde vivienda y siento conocer a tan importante personaje. El punto final, honestamente, me hace llorar: “y cuando todo estuvo hecho, / y ya podía / yo sostenerme con los pies seguros, / se fue, cumplida, oscura, / al pequeño ataúd / donde por primera vez estuvo ociosa / bajo la dura lluvia de Temuco.”
¿Ven lo que digo? Allí no sobran adjetivos inútiles, de esos que van sonando cursi luego del segundo o tercero. Allí hay puro sentimiento, sentimiento que encuentra albergue en las palabras utilizadas. Siempre he dicho que no soy amante de los adjetivos, hay días en que hasta me molestan, me caen mal pues el exceso de ellos, especialmente los de alabanza —muy común hoy en día, especialmente con esto de las redes sociales sitio en que todo el mundo es perfecto, estupendo, insuperable, excelente— solo me lleva al conocimiento de que lo descrito no es del todo real.
Continuaré pues, en la búsqueda de palabras en las que quepan mis sentimientos, palabras sencillas que tengan amplio espacio para mi corazón.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
* Suscríbete aquí al newsletter de tu revista Ellas y recíbelo todos los viernes.

