Cuando empezó la pandemia, por total desconocimiento de la dinámica de estas ocurrencias —dado que la más próxima había ocurrido en 1918— pensamos, asumimos, decidimos que sería cuestión de quince o treinta días. Jamás imaginamos que podría ser un asunto de más de treinta meses. Ya sabemos que así ha sido. Ya sabemos que no sabemos cuando terminará pues cada vez que las curvas de contagio empiezan a disminuir surge una nueva variante que produce un nuevo pico.

Así las cosas, recapitulo sobre qué ha dejado ese bicho en el portal de mi casa o más bien en el gran portal de mi familia. Como el grupo es grande cada núcleo ha experimentado sus propias vivencias, no necesariamente iguales, pero a Dios gracias, a pesar de muchos tropiezos, todo el mundo está bien.

Pero hay un evento al cual me gustaría llamar la atención dentro del universo del Covid-19 y es el libro de cuentos que ha publicado mi madre, producto del tiempo que le dedicó al rescate de sus textos durante los meses de confinamiento y sobre el cual les hablé brevemente la semana pasada. Mi mamá ya no es una quinceañera. No es una anciana tampoco, pero en enero ajustó ochenta y siete años.

Desde que empecé a tomar cursos de escritura creativa a su lado sentí enorme fascinación por sus cuentos. Son textos que me llevan, cada vez que los leo, a un Panamá del que conocí fragmentos, más no todo. Es un país que me fascina pues está pleno de sonidos, olores y personajes memorables. Sus minuciosas descripciones incluyen detalles tan reales que puedo escuchar el traquear de la leña buena que calienta un sancocho en ciernes o viajar el antiguo mercado público con todo su batiburrillo de mercancías desplegado un poco así “como cayó quedó” para el deleite de aquellos con una imaginación prolija que no solo compran, sino que se inventan cuentos sobre la procedencia y destino de cada cosa.

He reconocido gentes, que luego de la seguridad inicial sobre su identidad, se desvanecen en un mar de dudas en el que entran otras posibilidades. ¿Será que el Pedro de Teodosio es aquel Manuel que conocimos alguna vez en el paseo que hicimos a la finca La Concepción? Mmm… no, no, se parece más al señor del Cuerpo de Paz que conocimos en Volcán. Y así va uno enredándose y desenredándose entre los personajes que son tan reales que tienen por fuerza que ser alguien que se ha cruzado en el camino de la propia vida.

No les cuento más porque no me gusta que me desvelen todos los secretos de un texto antes de leerlo así es que evito hacerlo con terceros. Me arruina la experiencia igual que ocurre cuando los imprudentes le cuentan a uno el final de una peli de misterio. Lo que sí puedo decirles —un poco a modo de propaganda— es que entre los quince cuentos que componen el ejemplar de Sola en Bella Vista y otros cuentos seguramente encontrarán aquel que los hará pensar que ahí la autora relata un fragmento de la historia de su propia vida aun cuando no la conozcan.