Me imagino que para muchos de ustedes no es ningún secreto que llevo años sin hacer aquella famosa lista de buenos propósitos que solía hacer en los años de mi juventud. Claro, cuando uno anda por la vida buscando el camino correcto para convertirse en persona completa es importante tener asuntos a los que poner ganchitos cuando se completan. Ahora, que ya uno lleva más añitos entre pecho y espalda, esas banalidades —hacer la lista, por ejemplo—han bajado de lugar entre las prioridades.

No puedo ofrecerles una razón o razones específicas por las cuales esto ocurre, solo sé que así lo siento y a los sesenta y seis, no veo la importancia de buscar motivos. Con el correr del tiempo y la experiencia que uno añade en términos de conocer algo sobre la vida, nuestros sentimientos evolucionan y eso me parece fantástico.

Además, con los últimos dos finales/principios de año que hemos experimentado gracias al “bicho” vaya usted a saber cuál será el escenario mañana. O, esta tarde, porque los panoramas cambian cada quince segundos. Y, si sumamos a eso las ochocientas cincuenta corrientes sobre el pasado, presente y futuro de la humanidad en términos de manejo de la salud, más perdidos quedamos.

Vuelvo a leer el título de esta pieza y me sonrío pensando que a lo mejor ustedes esperan ansiosamente confesiones de esas que uno ve en las series de televisión. Lo siento mucho, pero mi vida no es tan interesante. No he matado a nadie secretamente (aunque ganas no me han faltado a veces); no he levantado falsos testimonios (pero sí he repetido aquellos que son ciertos, aunque parezcan mentira); no he robado (horas de sueño a las noches, sí, pero no me he apropiado de bienes ajenos).

Confieso haberles perdido la paciencia a los irresponsables en incontables ocasiones, pero ya me conocen, no soy exactamente la persona más paciente del universo y no estoy haciendo ningún tipo de esfuerzo por corregir este defecto. Quizás, cuando la vida me ocupe un poco más me vea obligada a practicar la paciencia. Ya veremos.

Llevo como dos meses de haber movido mis caminatas por el parque al último lugar de la fila. Esto pretendo corregirlo, considerando que, por lo visto, ya la cola de piezas que hay que hornear parece haber llegado a cero. Nuevamente, ya veremos, pues en esa fila se cuelan cosas sin permiso.

Vacié dos muebles grandes de mi cuarto para que los repararan y, a pesar de su regreso, el contenido permanece encerrado en un desordenado orden en un cuarto donde no le corresponde estar. Quizás cuando termine de organizar la cocina, encontraré la valentía para entrar a ver qué me encuentro. No es promesa, es un quizás. Solo pensar que repasar esos chécheres me va a dar alergia y la alergia se podría confundir con Covid-19, el miedo se apodera de mí. Miedo antiguo, confieso porque las alergias nacieron conmigo y persisten en acompañarme en mi caminar. Parece que les caigo súper bien.

Y entre tanta confesión, confieso que la vida me seguirá pareciendo una aventura harto divertida y pretendo seguirla disfrutando al máximo, con paciencia o sin ella.