Hace como veinticinco años me dio mononucleosis, y como consecuencia mi tiroides se volvió medio loca… o loca entera. Por meses anduve por la vida cansada, despistada y sin poder completar muchas de las funciones básicas que mi vida profesional exigía. Lo que siempre se me viene a la mente es que encontrar los ocho centavos que podrían faltar mientras balanceaba la chequera se convirtió en una misión imposible, entre muchas otras.

En mi mente repasé varias enfermedades raras que, según yo y mis conocimientos médicos, podía tener, desde síndrome de fatiga crónica hasta quién sabe qué. Ya no me acuerdo de muchos detalles, solo de las generalidades del evento.

Hace unos meses tuve otro episodio con la dichosa tiroides. ¡Qué glandulita para ser necia! Ya la cosa va mejorando gracias a la sapiencia de un equipo de médicos que ha sabido tomar buenas decisiones frente al cuadro que me aquejaba. Yo, muy contenta con la mejoría que ha sido si no veloz, por lo menos constante. Sin embargo, he notado que -aunque no es algo que los médicos reconocen como consecuencia del desbalance- el cerebro se ha vuelto a ir de vacaciones. No tan lejos como la vez pasada, pero se me escapa ocasionalmente.

Como ya no es la primera vez que me pasa, no he perdido tiempo investigando ni tratando de encontrar la razón del despiste, sencillamente se lo achaco a la mariposa en el cuello y listo. Si la causa es otra, me fregué. Les confieso que no me hace feliz esta situación porque lo que normalmente me toma una hora, en estos momento me puede tomar tres o quien sabe cuántas y ni siquiera estoy segura de que me queda todo lo bien que me gustaría. Creo que más bien todo me va quedando regularcito, pero como soy bastante terca sigo insistiendo hasta que la cosa toma la forma que me gusta.

La vez anterior que pasé por esto el despiste me duró como un año, así es que estoy rogando que en esta vuelta el tiempo sea más corto, ruego porque pasados ya casi 30 años me queda menos tiempo disponible -en la totalidad de la vida- así es que cada minuto cuenta. Basada en mis observaciones, todo parece indicar que tendré esa suerte, pues la falta de concentración es menos intensa y no tan consistente como la vez anterior.

Sin embargo, a pesar de que todo parece indicar que el episodio tendrá una menor duración, eso no quiere decir que lo estoy disfrutando. No señor. No me gusta para nada. Sobre todo porque en esta etapa de mi vida no es solo el cerebro el que anda con ganas de tomarse días libres; el metabolismo está cada vez más perezoso, las ganas de hacer ejercicio andan perdidas, en fin, lo único que no se achica es el apetito. Me pregunto si esto es parte de envejecer, porque he escuchado a los que me llevan ventaja que la edad es implacable.

Yo no me conformo e insisto en sentirme joven con la esperanza de que la mente se imponga al cuerpo. Ya veremos. Cuando esta tiroides deje de molestar les aviso cómo va la cosa.