El renovado contacto con algunas de las señoras de la Caravana de Asistencia Social Damas Diplomáticas y Panameñas (ese es el nombre completito de esta asociación) me tiene viajando a un tiempo que, aunque nunca olvidado, había guardado temporalmente en un cajón: los días de A la mesa.

Les he contado muchas veces que A la mesa fue un proyecto que nació —para mí— como una asignación editorial. Básicamente consistía en hacerle las mismas preguntas a veinticinco cocineros, redactar un mini texto sobre sus experiencias en la cocina y “listo y frito”. No tengo que explicarles que eso era solo en papel, pues en la vida real implicaba mucho más. Me gusta la gente, me fascina aprender y soy preguntona así es que no tuve inconveniente en aceptar las responsabilidades adicionales.

Como saben, el proyecto editorial se transformó al poco tiempo en proyecto “cocinero” y con ese formato caminamos María, mi socia y yo, por los próximos diez años. Pasaron volando, y todavía cuando digo diez años me parece mentira. En ese lapso tuvimos oportunidad de hacer buenas migas con varias diseñadoras en La Prensa, un número plural de fotógrafos —quienes en más de una ocasión estuvieron a punto de matarnos con los mismos cuchillos que usábamos para picar la cebolla—, conocimos a más de quinientos cocineros y, aprendimos a preparar helado “de mentira”, entre otras cosas.

Aquí repasando el párrafo que acabo de escribir tengo que corregir el número de cocineros pues, aunque nos encargamos de producir quinientos treinta y siete fascículos y, supuestamente, teníamos un invitado por fascículo hubo múltiples ocasiones en que en las páginas de dicha sección teníamos a más de una persona. Nos empezaron a invitar a cubrir los “exámenes finales” de estudiantes de artes culinarias en universidades locales y los platos presentados se incluían en la sección de “invitado”; cuando se acercaba la Fiesta Alrededor del Mundo celebrábamos poder probar las delicias que las socias de Caravana preparaban para nuestros lectores de forma tal que en el libro de los cocineros tenemos quién sabe cuántos y con ninguno nos retratamos. ¡Qué burras!

Cerrando la etapa A la Mesa, nos instalamos en la producción de El libro de dos amigas cocineras y allí vivimos por más de dos años. Pero a seis años de la publicación de la primera edición y cuatro de la presentación de la segunda, no tenemos queja, este hijo también nos ha traído grandes satisfacciones.

La pandemia despertó a cientos de cocineros que dormían dentro de los panameños y en este año nos tocó “darle la mano” a una multitud de personas que tenían años de no mover un cucharón. De verdad que nos da una gran alegría poder compartir con quienes cocinan para su familia ideas, trucos y, en general, lo sencillo que puede ser ofrecer a diario un menú fácil y saludable. Como ven, esta hemorragia de memorias nace de una sencilla conversación de una dama de Caravana. ¡Que bellos son los cariños viejos! Cuánta sensación de bienestar nos traen. Y hoy, en medio de la debacle mundial que ha resultado el Covid-19, estas sonrisas que nacen del alma son más que bienvenidas.

Pero toda alegría debe venir acompañada de un profundo agradecimiento, así es que a todos aquellos que se fueron incorporando al “arroz con pollo” de nuestra vida un gran abrazo dondequiera que estén y un GRACIAS en mayúscula.